Kimberly Retana, Estudiante universitaria.
Yo soy una de las afortunadas. Pude terminar mis estudios, llegar a la universidad y hoy tengo un trabajo que me permite vivir con dignidad y también ayudar a mi familia. Sé que detrás de cada logro hubo esfuerzo y sacrificio, pero también oportunidades que se me abrieron y que supe aprovechar. Por eso me duele tanto saber que prácticamente 2 de cada 10 jóvenes entre 15 y 29 años en Costa Rica no estudian ni trabajan, y muchos de ellos tienen que sobrevivir en la informalidad, sin seguridad ni futuro.
Un dato estremecedor de la OCDE (2024) coloca a Costa Rica en uno de los peores lugares del mundo en materia de jóvenes NINI (aquellos entre 15 y 29 años que no estudian, no trabajan ni reciben formación). Nuestro país aparece al nivel de naciones golpeadas por crisis estructurales como Turquía, Colombia o Sudáfrica, y muy por encima de países europeos y latinoamericanos que han logrado mejores respuestas.
La cifra, que supera el 20%, refleja una tragedia silenciosa: una generación que se queda atrás, sin oportunidades ni esperanza. Un ejército de jóvenes desmotivados y desencantados que podría convertirse en la semilla de graves problemas sociales, económicos y de seguridad.

Yo no creo que este pésimo desempeño sea un accidente aislado. Más bien es el resultado de años de abandono de políticas educativas, de la falta de empleos de calidad y de la ausencia de un verdadero plan nacional para integrar a la juventud en la vida productiva. Lo más grave es que, mientras se encienden todas las alarmas, las autoridades parecen reaccionar con indiferencia, dejando que el problema crezca y se convierta en un polvorín social.
Costa Rica, que históricamente se ha enorgullecido de su democracia, paz y educación, hoy se enfrenta a un oscuro espejo: el futuro está siendo hipotecado por la incapacidad de dar rumbo y oportunidades a quienes deberíamos ser la fuerza que empuje al país hacia adelante. La advertencia es clara: si no se actúa ya, el fenómeno NINI puede ser el principio de un colapso social que pondría en riesgo la estabilidad que tanto ha costado construir.
En el informe de la OCDE sobre políticas de juventud veo con tristeza que, en el caso de Costa Rica, aunque se han hecho encuestas nacionales y hubo programas como PRONAE-Empléate o Construyendo Oportunidades, los resultados no han sido suficientes. Se reflejan carencias graves: la falta de acceso a espacios deportivos, la desigualdad entre hombres y mujeres para participar en actividades, y la preocupante incidencia de embarazos adolescentes en zonas rurales. Lo más duro es que en los últimos tres años la situación se ha agravado aún más: hay más desempleo juvenil, más informalidad y más exclusión social. Y lo que siento como un vacío enorme es que no se ven programas sólidos ni políticas de Estado que realmente enfrenten este y otros problemas.
Como joven, me duele profundamente que estemos dejando a toda una generación a la deriva, hipotecando la estabilidad y la paz social que siempre nos han caracterizado. Cierro con el corazón encogido: no podemos permitir que la juventud de Costa Rica pierda su futuro antes de haberlo comenzado.



