Rodolfo Arias Fomoso.
Muchas veces he escrito sobre los alcances de la inteligencia artificial. Soy, en términos generales, un escéptico. Para empezar, no creo que vaya alguna vez a equipararse a la inteligencia humana, o de cualquier ser vivo, por extensión. Y, para rematar, no creo que sea buena para nosotros, no en una amplia gama de circunstancias.
Tengo, hoy, un ejemplo duro y puro que agregar a mis argumentos. Uno que proviene de una situación que ya me afecta personalmente.
Hace poco invertí mi patrimonio en un pequeño apartamento ubicado en el edificio de la foto. Se llama Bö Escalante (creo que es una palabra bribri, cosa de moda) y está en la parte más “fancy” de Barrio Escalante. De bello diseño, la espigada torre me hizo pensar, sobre todo, en una breve caminata para ver algo bueno en el Magaly, o en el Eugene O´Neal, el Centro Cultural Español en el farolito, el Teatro de la Aduana. Me hizo pensar en reunir amigos en la azotea (que aquí se llama “roof top”), en seguridad y silencio, en espacios breves y modernos. En un ambiente sereno para escribir o para estudiar piano o ajedrez.

Tanto así que no dudé en pagar un precio estrepitoso por metro cuadrado. Y reitero: echando mano a todo lo que buenamente pude reunir tras una larga vida de trabajo y orden. La entrega del inmueble se ha atrasado un poquillo, por ejemplo para terminar detalles de fachada. “No le hace”, pensé, acordándome de lo que costaba terminar a tiempo los proyectos en informática, por la época en que fui consultor. Un tomacorriente hace saltar el disyuntor y ya la placa se ve ennegrecida por un chispazo. Escribí a “post-venta”, sin ser siquiera halagado por un acuse de recibo. “No le hace”, admití, “deben estar como locos de asuntillos”.
¡Pero ha sido un grave fallo de inteligencia artificial lo que de veras se ha traído todo al suelo!
Me refiero a unas torres “automáticas” (ya se verá por qué lo pongo entre comillas) donde se parquean los carros. Si estuvieran siendo operadas por un ser humano debidamente entrenado, ahí estarían dando su servicio sin problemas. ¡Pero oh, tienen IA! Hablan -en realidad repiten rápidamente la misma frase, hasta la exasperación-, para decirle a uno que ya estacionó bien su auto, que le cierre los vidrios, le suba el freno de mano y no olvide nada a bordo. Luego suben el carro y le van mostrando a uno cómo lo hacen. En teoría, luego se lo entregarán “vuelto para afuera”, o sea en posición de salida.
Yo creí que la cosa funcionaría, sobre todo porque tengo la impresión de que por el sector de Freses hay otras torres de apartamentos con un sistema de parqueos similar. Pero mi sorpresa ha ido pasando de castaño a oscuro. De amarga a rabiosa. De paciencia a desesperación.
¡Uno pierde media hora cada vez que quiere salir! ¡La máquina de -palabra que se refiere a excremento- no sirve! Tiene siempre que venir a la carrera un operador que toca botones por aquí y por allá, desenredando la abstracta madeja.
A veces “se le va” la pantalla de control, a veces “se le va” un breaker, o “se le dispara un sensor”. Es una excusa detrás de otra. Y pasan las semanas, y los condóminos vamos perdiendo la esperanza de no tener que recurrir a instancias legales para que esa célebre IA sea puesta en cintura por alguien.