Enrique Castillo Barrantes, Excanciller y Ministro de Justicia
Desde niño, me enseñaron que el respeto por las personas y el amor por Costa Rica son valores sagrados, tan importantes como la tierra que habitamos. En mi hogar, aprendí a valorar lo que significa vivir en un país de paz, a respetar las diferencias y a sentir orgullo por una nación que ha sabido resolver sus conflictos con diálogo, sin caer en el ruido de la violencia o la confrontación. Por eso, hoy siento una profunda molestia al ver cómo el populismo y la demagogia se infiltran en nuestro panorama político, corrompiendo la esencia de lo que nos hace costarricenses.
La política en Costa Rica, un país construido sobre los cimientos de la paz y la democracia, no debería ser un circo en el que se venden promesas vacías y se juega con las esperanzas de la gente. Los costarricenses no queremos palabras huecas, ni discursos de campaña que, tras la euforia, terminan en frustración y desencanto. Queremos paz, queremos tranquilidad, queremos liderazgos que respeten nuestros valores y nuestra inteligencia.
A lo largo de nuestra historia, Costa Rica ha sabido construir una democracia sólida, una que nos ha permitido convivir en armonía y resolver nuestras diferencias de manera civilizada. Pero últimamente, pareciera que algunos han olvidado lo que realmente significa hacer política en este país. En lugar de diálogo y respeto, nos inundan con promesas ruidosas y enfrentamientos. Se apela al sensacionalismo y a la división, cuando lo que el costarricense busca es estabilidad y un futuro en el que podamos confiar.
Este país, que tanto ama su paz y valora la diversidad de pensamiento, no merece ser manipulado por aquellos que ven en el conflicto y la polarización un atajo hacia el poder. En Costa Rica, sabemos bien que la democracia no es un espectáculo ni una excusa para divisiones. La democracia es nuestra herramienta para vivir en paz y con justicia social.