Luis Paulino Vargas Solís, Economista, investigador independiente jubilado.
La convocatoria a la insurrección violenta se está volviendo parte de la retórica de Rodrigo Chaves. Una especie de tic nervioso que emerge cada vez que no se le complace alguno de sus caprichos. Vale decir, la amenaza de desestabilizar el país y empujarlo a una espiral de violencia, ha pasado a ser –como la corrupción, la chambonada y la ineptitud– otra de las marcas características de este gobierno.
Pero, en rigor, cuando Chaves llama a la insurrección no convoca a la gente común y corriente. Ni él ni Cisneros lo hacen. Sus volcánicas peroratas van dirigidas a ese grupito –pequeño pero violento e intransigente– de sus seguidores más fanatizados y enfebrecidos.
Desde ese grupo emergen las amenazas de “sacarle el sirope” a un diputado o amenazarlo de muerte. De ahí salen también las amenazas terroristas que advierten sobre la colocación de bombas en la Fiscalía, en la UCR o en la propia Asamblea Legislativa.
Ese es el juego de Chaves y Cisneros: se dirigen a ese grupito para, deliberadamente, empujarlo a la violencia.
No esperan que la gente común y corriente salga la calle en manifestaciones multitudinarias, dispuesta a quemar vehículos y apedrear edificios. Saben que eso no ocurrirá. Les basta con ganar su silencio, y para ello sacan provecho del enojo que la gente ha acumulado a lo largo de los años. Con singular talento –para eso sí que son buenos– logran sacarle el jugo a ese malestar, para hacer creer que destruir el legado histórico que construyó este país, es la respuesta necesaria y eficaz frente al disgusto que se lleva entre pecho y espada.
Que los fanáticos lancen su guerra santa, incluyendo potenciales actos de terrorismo. Chaves y Cisneros tratarán que el resto lo tolere, que, pasivamente, permitan que se abran las vías para que la conflagración se extienda, y para eso procurarán anestesiarles dándoles satisfacciones a su cólera.
Que, necesario es aclararlo, esa cólera está totalmente justificada, pero, en manos de Chaves y Cisneros, deja de ser una fuerza que empuje hacia la necesaria rectificación que a nuestro país le urge, para pasar a ser material para la manipulación.
Los llamados a la insurrección y la violencia que periódicamente Chaves expele, no difieren en la sustancia, solo en el tono, de los discursos de descalificación e injuria, habituales en Cisneros. Son dos afluentes que alimentan un mismo río: la enfebrecida intransigencia y la acrecentada agresividad de esos pequeños grupos que son sus seguidores más acalenturados.
Hoy podemos decir que las orejas del fascismo, cada vez más visibles, se asoman detrás del chavismo. Rodrigo Chaves y Pilar Cisneros se encargan de alimentar esa bestia.