La RAE define “lenguaje” como la “facultad del ser humano de expresarse y comunicarse con los demás a través del sonido articulado o de otros sistemas de signos”.
Y entonces, ¿cómo aceptamos que unas entidades minúsculas como las células, que constituyen la unidad básica estructural y funcional de los seres vivos, se pueden comunicar entre ellas? Pues porque la ciencia nos lo ha demostrado mediante diferentes técnicas de biología molecular y en multitud de contextos fisiopatológicos.
Las células se pueden comunicar, sí. Y lo hacen por medio de un proceso llamado señalización celular, intercambiando señales que pueden recorrer grandes distancias hasta su célula receptora –en el caso de la señalización endocrina– o actuar sobre células cercanas –en el caso de la señalización paracrina–. Existe, además, un tercer ejemplo de comunicación celular en el que la célula “habla” consigo misma: señalización autocrina. Los mensajes celulares determinan, en gran medida, si el cuerpo funciona correctamente o si se desarrollan enfermedades.
Miles de comunicaciones cada segundo
Cuando hablamos de células que se comunican, a la mayoría de nosotros nos viene a la mente una célula nerviosa, que emite impulsos para que respiremos, nos movamos o respondamos a estímulos externos. Pero el concepto va mucho más allá: todas las células de nuestro cuerpo son capaces de recibir o mandar mensajes y lo hacen de forma continua. Así, en nuestro cuerpo se producen miles de comunicaciones precisas y complejas cada segundo.
Si nos imaginamos la situación, podemos pensar que dentro de nuestros tejidos, órganos y nuestro cuerpo en general hay muchísimo ruido, dado que tantísimas células se “hablan” a la vez. Entonces, ¿cómo es capaz una célula de filtrar cuáles son los mensajes a los que debe atender y reaccionar?
Para comprender cómo funciona la “conversación celular” hay que tener en cuenta que tan importante es la presencia de estos mensajes como su ausencia. Dicho de otro modo, el silencio de las células también comunica.
A la complejidad (y la belleza) de los procesos de señalización celular hay que sumarle que en nuestro cuerpo se producen tanto señales que inducen una respuesta celular como señales inhibitorias, que disminuyen o eliminan determinadas respuestas. Además, ciertos mensajes activan (o inhiben) vías de señalización secundarias a esta primera señal, convirtiendo el proceso en una red de “frases” y “palabras” interconectadas y/o dependientes las unas de las otras.
El equilibrio necesario para que todas las comunicaciones entre células funcionen adecuadamente se mantiene a través de complejas redes de regulación intra y extracelulares. Que esa modulación funcione correctamente afecta a procesos tan fundamentales para nuestra salud como que una célula inmune reaccione de forma correcta frente a una infección, resolviéndola, o que, por el contrario, se produzca una reacción exagerada que mantenga un proceso inflamatorio crónico o excesivo, como los que se encuentran en la base de muchas enfermedades como patologías cardiovasculares, neurodegenerativas, oncológicas y autoinmunes.
Para acabar de enredarlo todo, una misma señal celular puede tener significados diversos dependiendo de la célula que reciba el mensaje, así como del contexto.
El lenguaje de las células tumorales
Parece abrumador, sí, pero afortunadamente muchos investigadores han dedicado y dedican hoy en día sus esfuerzos y pasión al estudio de estos procesos. Es así como ahora sabemos, por ejemplo, que las células tumorales no sólo son capaces de “ignorar” los mensajes de muerte celular que reciben –cosa que les permite seguir creciendo y dividiéndose–, sino que también pueden comunicarse entre ellas o con otras células de su entorno para favorecer su supervivencia.
También hay estudios que demuestran que células como las plaquetas pueden “decirles” a las células cancerosas, mediante dichas vías de señalización, que emprendan la llamada transición epitelio-mesenquimal que les permite incrementar su potencial invasivo y su malignidad.
¿Para qué nos sirve saber todo esto? Es fundamental, ya que el conocimiento de estos mensajes y redes de señalización celular nos ayuda a entender cómo se desarrollan y progresan las enfermedades. Y esto nos abre la puerta para poder tratarlas, detectarlas y prevenirlas de forma más eficiente. Estudiar la comunicación intercelular y su regulación puede contribuir a la identificación de dianas terapéuticas o biomarcadores que mejoren la calidad de vida de los pacientes y la sociedad en general.
¿Hasta qué punto podemos comprender, modular o intervenir en esas conversaciones celulares? ¿Podemos entender e identificar las “palabras” que utilizan nuestras células? El tiempo o, mejor dicho, la investigación biomédica nos lo dirá.
Paloma Guillem-Llobat no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.