Hace calor. A no ser que haya pasado la mayor parte del verano (español) en la costa cantábrica (en donde no hace tanto, en ocasiones ni un poco), probablemente lleve unos días pensando cómo aprovechar las vacaciones, el buen tiempo y la luz estivales sin derretirse.
Afortunadamente para todos, bibliotecas, museos, cines, salas de teatro y muchos otros espacios culturales mantienen las puertas abiertas. Además de aire acondicionado, estos lugares ofrecen otras cosas: curiosidades, inquietudes, sorpresas… belleza. Y aunque es cierto que donde muchos querríamos estar es a la orilla del mar, el refugio climático y espiritual que nos proporciona el arte es en ocasiones igual de gozoso.
Sé todo esto porque hace dos semanas decidí visitar Madrid sin saber que lo hacía al mismo tiempo que la primera ola de calor del verano. La fantástica exposición “Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910)” del Museo del Prado, que dura hasta finales de septiembre, me permitió refrescarme y ver obras de grandes de la pintura española de finales del siglo XIX y principios del XX, entre otros los ejemplos más sociales de la pintura de Sorolla. En el Prado también puede encontrar la segunda parte del maravilloso itinerario museístico que explica lo necesario que fue el papel de las mujeres en la creación y consolidación de las colecciones artísticas del museo.
El Museo Thyssen, situado casi en la acera de enfrente, alberga estas semanas la obra de Rosario de Velasco. La exhibición de los cuadros de la primera etapa de esta pintora, y también sus preciosas y delicadas ilustraciones, es un placer sensorial y una reivindicación de una figura de la que no teníamos que habernos olvidado.
Si prefiere refugiarse en una sala de cine (y, teniendo en cuenta la refrigeración de algunas, hágalo con una chaqueta de esas que en el norte siempre llevamos “por si acaso”), todavía está a tiempo de sumarse al carro del gran éxito de taquilla de este 2024: Del revés 2. O, si no, de intentar ver algunas de las resurrecciones del género más americano del séptimo arte: el western.
Y si su opción es la mejor de todas, la que provoca más envidia, la de disfrutar de unos días sobre una tumbona, la lectura es su mejor compañero.
Hace poco terminé el libro Pasiones creativas, escrito por Bernardo Pajares y Juanra Sanz, los autores del pódcast de divulgación Arte compacto (que recomiendo encarecidamente, al igual que el libro). En el capítulo dedicado a Leonora Carrington, Max Ernst, Peggy Guggenheim y Dorothea Tanning mencionan lo mal que trataba el grupo surrealista a las mujeres a las que “admitían”, mujeres que fueron grandes artistas (y no “musas”).
Entre ellas se encuentran Dora Maar, a quien la Historia del Arte está recolocando en su papel de autora tras décadas a la sombra de un genio de la pintura, y Meret Oppenheim, que se hizo famosa por una pieza decididamente incómoda pero que desarrolló una obra, y un ingenio, espectaculares.
Y si prefiere echarse unas risas que atraviesen el espacio y el tiempo, le recomendamos los epigramas de Marcial, un sarcástico y certero poeta del Imperio romano cuyas réplicas hubiesen hecho las delicias de las mentes más agudas de hoy en día.