Luis Paulino Vargas Solís, Economista, investigador independiente jubilado.
El horroroso video, donde un muchacho muy joven, actuando como un completo energúmeno, agredía y abusada de una jovencita, circuló prácticamente al mismo tiempo que una carta pública de la contralora Marta Acosta, en la que ella denunciaba la enconada violencia política de la que ha sido víctima en las últimas semanas.
No es, ni mucho menos, casualidad.
Cuando la juventud, lanzada a la marginalidad y la exclusión, es fácilmente atrapada en las redes mortíferas del narcotráfico y el crimen organizado, mientras los asesinatos se multiplican y se vuelven epidemia.
Cuando, entretanto, los decomisos de droga se desploman, la policía opera casi en andrajos, y el OIJ sufre recortes presupuestarios y la fuga de sus mejores cuadros, por culpa de una ley de empleo público concebida desde el odio visceral y el fanatismo ideológico.
En una Costa Rica, cuyas calles, en perpetuo estado de atasco vial, reverberan de agresividad, de gritos e improperios y, a menudo, al ritmo de golpes y puñetazos.
En esta tierra nuestra, donde cada fin de semana y con cada partido de fútbol, las denuncias de violencia doméstica, ejercida sobre todo contra las mujeres, se arraciman y multiplican.
En fin, en una Costa Rica donde mucha gente parece haberse convencido de que la violencia debe ser contestada con más violencia, de forma que, si el mequetrefe adolescente agrede, la respuesta debe ser agredirlo a él, lincharlo de ser posible, pero, de paso, agrediendo y amenazando incluso a la madre del muchacho.
Todo lo cual no pasa de ser un gran engaño colectivo, como si se quisiera curar la diarrea administrando laxantes, en vez de atacar la infección de fondo que la ocasiona.
Y, frente a todo esto, ¿qué podrían decir liderazgos políticos cuyas ambiciones de poder se alimentan de la confrontación y el conflicto, de la mentira y el insulto?
Formulada esa interrogante, y en un exceso de candidez de mi parte, yo no creí que el presidente Chaves se atrevería a referirse públicamente a ese triste caso del joven agresor sancarleño. Así lo pensé, puesto que es una contradicción al completo, que un señor que ha labrado su carrera política desde una permanente y sistemática convocatoria a la violencia, tenga nada que decir en relación con un muchacho que, muy posiblemente, ha encontrado en el propio presidente, un referente poderoso que lo incentiva a actuar con la agresividad que le vimos en el video.
Y todavía menos, en vista de los ingratos recuerdos que el señor presidente dejó en el Banco Mundial, y que constan en autos.
Mi error seguramente estuvo en esperar que Chaves actúe como la hace la gente que tiene escrúpulos y algún sentido autocrítico. O sea, personas a las que les avergüenza haber cometido un error, y que, por ello mismo, se sienten inhibidas para juzgar a alguien más que comete el mismo error.
El caso es que nuestro presidente tiene una facilidad pasmosa para moverse entre universos completamente contradictorios, y hacerlo con absoluta frescura. Ahora se jala una marranada y un instante después está condenando a alguien más que hizo exactamente lo mismo.
En su show del miércoles 10 de julio, vimos desplegarse ese singular talento del presidente, en al menos dos momentos destacados. Primero, cuando, desde su usual discurso pasivo-agresivo, le dio por enjuiciar al muchacho sancarleño, y, a la par, cuando, en medio de algo que se suponía condenaba tales actos de violencia, quiso armar gresca y convocar las furias de su feligresía, lanzando falsas acusaciones contra la Fiscalía.
Podríamos decir que Chaves es una cajita de sorpresas, aunque, la verdad, ya nada de esto debe sorprendernos. Sobre todo, hay que reconocer que, en el ranking de la desfachatez, el señor presidente ocupa un primerísimo lugar.