“Fue una noche sin estrellas cuando al irte me dejaste tanta pena y tanto mal”. Si tuviéramos que crear una lista de Spotify con las canciones que hablan de la soledad, no hay duda de que esta sería de las primeras. Diego el Cigala llora en este tango a la soledad con un grito tan profundo y desgarrador que estruja el alma a golpe de melancolía y de tristeza. Otras soledades, como la de Laura Pausini o la de aquel joven Alejandro Sanz y “Mi soledad y yo”. podrían estar en la lista, pero nunca describiendo este sentimiento con una emoción parecida.
Es la gran lacra de nuestro tiempo, ¿o acaso de todos los tiempos? Impresa en letras de canciones, descrita en películas, narrada en libros: Viajes sobre el Scriptorium, de Paul Auster; Los asquerosos, de Santiago Lorenzo; Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer; Walden, de Henry David Thoreau; Hambre, del premio
Nobel Knut Hamsun; De la soledad. Para una filosofía del buen trato con la soledad, de Raúl Fornet-Betancourt; la novela gráfica Sobre la soledad, de Kristen Radtke; Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal… La lista es
infinita.
La soledad es un fenómeno complejo aún sin explorar profundamente. En su vertiente positiva, permite la reflexión profunda y el autoconocimiento. Muchas personas encuentran en la soledad un espacio para la creatividad y el desarrollo personal, lejos de las distracciones de la vida cotidiana. Sin embargo, la soledad también tiene un lado oscuro. La falta de interacción social puede llevar a sentimientos de aislamiento, tristeza y depresión.
En un trabajo de campo llevado a cabo por Sacramento Pinazo-Hernandis, profesora titular de Psicología Social en la Universitat de València, la autora encontró más de 140 palabras diferentes para designarla, que agrupó en doce categorías: la soledad como tristeza, pena, dolor, fracaso, vacío, miedo, abandono, ansiedad, depresión, vergüenza, rumiación.
Nadie pareció describirla como algo positivo. Todos hablaban de una soledad no deseada, esa que no se romantiza porque duele. Porque no es lo mismo sentirse solo que estar solo.
Esta situación es debida a muchos factores diferentes: una reducción de la convivencia intergeneracional, la dificultad para relacionarse con los demás, una mayor movilidad social, un retraso en la edad del matrimonio, una mayor proporción de hogares unipersonales, un envejecimiento poblacional unido a un aumento de las situaciones de dependencia…
La soledad afecta a aproximadamente una de cada doce personas en el mundo, sin distinción de fronteras ni diferencias culturales. La cifra asusta. Ya evidenció el efecto Roseto que las relaciones sociales son muy buenas para la salud y que la ausencia de ellas propicia todo lo contrario, especialmente en las personas mayores y en los jóvenes, ambos grupos muy vulnerables.
Porque la soledad es un problema no solo de bienestar emocional, también de salud pública: deterioro cognitivo, demencia, párkinson… La soledad puede tener un papel muy importante en la degeneración cerebral de las personas mayores. En los jóvenes, las redes sociales y el aislamiento social han propiciado una generación de adolescentes solos a pesar de que durante la pandemia esa forma de comunicarse con los demás fue su tabla de salvación.
Diversas iniciativas buscan combatir la soledad. Programas de voluntariado, comunidades vecinales y grupos de apoyo fomentan la interacción social. La tecnología también juega un papel crucial con aplicaciones que conectan a personas con intereses similares.
Pero la soledad a veces no se acaba. Y ser consciente de que se vive en soledad es incómodo, golpea fuerte.
Es verano, una de las épocas del año en las que la soledad duele más. Como decía Rigoberta Bandini, la cantante que quería enseñar los pechos en Eurovisión, “In Spain we call it soledad. In Spain we say it´s amargura” –“En España lo llamamos soledad. En España decimos que es amargura”–.
Dele un repaso a su agenda. Tal vez cerca de usted, en su entorno, haya una persona que necesite de su compañía y para quien la soledad en estos días sea algo más que una canción.