Este 2024 se cumplieron 27 años desde que todos descubrimos a la oveja Dolly, el primer animal clonado a partir de células adultas. Así se describe en la placa que preside la entrada del Instituto Roslin, en Edimburgo (Escocia), donde trabajaban sus creadores.
Un lento goteo de clonaciones
A continuación se vaticinó la extensión de las técnicas de clonación a muchas otras especies, incluyendo a los primates y también a los humanos. Pero lo que sucedió fue más bien un goteo de especies clonadas, que se publicaron en los 8-10 años siguientes.
Tras la oveja, en 1997, les llegó el turno a la vaca, el ratón, la cabra, el cerdo, el gato, el conejo, el pez cebra, la mula, el caballo, la rata, el perro y el hurón, como animales más significativos. En todos estos casos, los investigadores tuvieron que modificar el protocolo de clonación para adecuarlo a las características propias de la biología de la reproducción de cada especie.
Con pequeñas variaciones, fue el método “Dolly” el que siempre se utilizó. Tras eliminar el material genético de un óvulo no fecundado de la especie en cuestión, se le introducía un núcleo de una célula del mismo animal; por ejemplo, de una célula de la piel. Un chispazo eléctrico reactivaba al embrión así reconstruido, que debía implantarse en una hembra de esa especie para ser gestado.
El procedimiento era, y sigue siendo, muy ineficaz. Muy pocos embriones reconstruidos llegan a término (según las especies, aproximadamente entre un 1 y un 10 %). Algunos de ellos, además, no consiguen sobrevivir después del nacimiento por problemas asociados a una reprogramación defectuosa del núcleo insertado, que debe reiniciarse para sustentar de nuevo el desarrollo completo de un organismo.
Pocos primates y ningún ser humano
Los primates se resistieron muchos años más. El primer primate no humano clonado fue un macaco cangrejero y se publicó en 2018, 21 años después de que conociéramos a Dolly. El segundo, un mono Rhesus, fue anunciado seis años después, en 2024, por el mismo equipo de investigadores chinos que habían logrado la clonación del macaco cangrejero. Y ambos casos, con ligeras variaciones, arrojaron eficiencias similares a las observadas para la creación de Dolly: alrededor del 1 %. Es decir, paupérrimas.
No se ha clonado ningún ser humano, ni existe ninguna razón médica para ello. Los experimentos de clonación con otros primates auguran que, de intentarlo en nuestra especie, las eficiencias serían parecidas –si no inferiores–, lo cual haría el proceso inviable técnicamente, además de éticamente injustificable.
Entonces, si la clonación no ha servido para clonar primates de forma regular; si no ha servido más que para extender la tecnología a otras muchas especies de animales y demostrar que funciona, más o menos, en todas ellas; si aparentemente sigue siendo un método solo usado académicamente en algunos experimentos… ¿para qué ha servido la clonación de Dolly? ¿Cuál es su legado científico y práctico? ¿Dónde encontramos la clonación hoy en día?
El legado de Dolly se concreta en dos aplicaciones muy distintas entre sí: la generación de cerdos modificados genéticamente para que sus órganos puedan trasplantarse a seres humanos; y la clonación de mascotas, principalmente perros, de múltiples razas, pero también gatos y hasta camellos. Así sus dueños recuperan un clon genético del animal que acaba de fallecer.
Cerdos proveedores de órganos
El uso de cerdos modificados genéticamente para xenotrasplantes, promovido desde hace más de 30 años, se ha reactivado en los últimos años tras décadas de ensayos preclínicos en animales, principalmente monos babuinos.
En 2021, unos investigadores conectaron en Nueva York un riñón de estos cerdos a la pierna de una mujer cadáver, mantenida artificialmente con latido y respiración asistida. El riñón no fue rechazado y funcionó produciendo orina durante unas 50 horas. Otros experimentos similares en EE. UU. confirmaron este primer éxito.
En 2022, un hombre recibió un corazón de cerdo y vivió con él dos meses, sin aparente rechazo, falleciendo probablemente debido a la infección por un virus que infectaba al animal donante. Un segundo hombre recibió también un corazón de cerdo y sobrevivió unas seis semanas, mientras a otro paciente se le trasplantó un riñón de esa misma procedencia y permaneció dos meses con vida.
Lo último que sabemos es que una persona ha recibido en China un hígado de cerdo y que, de momento, parece haber sobrevivido al xenotrasplante.
En todos estos casos se han usado ejemplares con múltiples modificaciones genéticas (hasta diez: seis genes humanos añadidos y cuatro genes porcinos suprimidos) que se han producido esencialmente mediante técnicas de clonación, como las que se usaron para que naciera Dolly. Es previsible que estos xenotrasplantes mejoren y se popularicen, y que se necesiten muchos más cerdos para una demanda creciente de órganos. Ignoramos el precio del proceso, pero se intuye que serán tratamientos de coste muy elevado.
Mascotas que “resucitan”
La otra aplicación exitosa de la clonación ha sido la “resurrección” de mascotas fallecidas, principalmente perros. Por lo menos dos compañías, una en EE. UU. y otra en Corea del Sur, ofertan la clonación de mascotas.
Los dueños de las mismas solo tienen que recoger un trocito de su piel y remitirlo a estas empresas. Obtendrán células de esta piel y sus núcleos se usarán para reconstruir óvulos previamente vaciados de su material genético, procedentes de ovarios de hembras de esa especie. Los embriones resultantes se gestarán en una perra (o gata o camella), según corresponda.
Es un proceso caro (entre 20 000 y 50 000 dólares estadounidenses), al alcance de pocas personas, ineficiente (como todas las clonaciones) y éticamente controvertido.
En el caso del perro, por lo menos dos perras se utilizan para clonar una mascota determinada: la que proporciona los óvulos y la que gestará los embriones reconstruidos. El animal resultante es un clon genético nuclear del donante, pero no habrá tenido las mismas experiencias que la mascota original y, por ello, su dueño deberá adiestrarlo desde cero para que realice acciones y tenga comportamientos similares a los de la mascota fallecida.
Así pues, el legado de Dolly lo encontramos actualmente en los cerdos que se usan para xenotrasplantes y en las mascotas clonadas de ejemplares fallecidos. Seguramente estas no eran las aplicaciones que tenían en mente los investigadores del instituto Roslin cuando comunicaron al mundo el nacimiento de la famosa oveja.
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