“El precio de la libertad es la eterna vigilancia”. Esta famosa cita suele atribuirse a Thomas Jefferson, fundador de la democracia estadounidense.
Para Julian Assange, el precio de la libertad han sido cinco años de cárcel mientras luchaba contra su extradición a Estados Unidos para enfrentarse a cargos que ninguna democracia debería haber presentado jamás. Por eso es una noticia profundamente alentadora su liberación y regreso a Australia.
Sin embargo, resulta profundamente descorazonador ver hasta qué punto ha llegado un Estado nación para castigar a un editor que publicó documentos y vídeos que revelaban que tropas estadounidenses cometieron presuntos crímenes de guerra en la guerra de Irak hace dos décadas.
Assange ha sido una figura internacional controvertida durante tantos años que es fácil perder de vista lo que ha hecho, por qué atrajo opiniones tan ferozmente polarizadas y lo que su encarcelamiento significa para el periodismo y la democracia.
¿Qué ha hecho?
De nacionalidad australiana, saltó a la fama en la década de 2000 por crear WikiLeaks, un sitio web que publicaba filtraciones de documentos gubernamentales, militares y de inteligencia que revelaban toda una serie de escándalos en diversos países.
La mayoría de los documentos se publicaron íntegros. Para Assange, esto cumplió su objetivo de transparencia radical. Para sus detractores, la publicación podría poner en peligro la vida de fuentes de inteligencia.
Este sigue siendo un punto de controversia. Algunos han afirmado que la actitud de Assange hacia las personas nombradas en los documentos filtrados fue arrogante y que la publicación de algunos documentos era simplemente innecesaria.
Pero los críticos, especialmente los militares estadounidenses, no han podido señalar casos concretos en los que la publicación de documentos haya provocado la muerte de una persona. En 2010, Joe Biden, el entonces vicepresidente, reconoció que las publicaciones de WikiLeaks no habían causado “daños sustanciales”. El entonces secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, dijo en aquel momento que los países trataban con Estados Unidos porque les convenía, “no porque crean que podemos guardar secretos”.
La clave del éxito de WikiLeaks fue que Assange y sus colegas encontraron una forma de cifrar los documentos y hacerlos irrastreables, para proteger a las fuentes denunciantes de las represalias oficiales. Fue una estrategia que más tarde copiaron las principales organizaciones de medios de comunicación.
WikiLeaks se hizo famoso en todo el mundo en abril de 2010 cuando publicó cientos de miles de documentos que proporcionaron la materia prima para una historia en la sombra de las desastrosas guerras emprendidas por los estadounidenses y sus aliados, incluida Australia, en Afganistán e Irak tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.
Una cosa son los documentos y otra los vídeos. Assange publicó un vídeo titulado Collateral Murder (Asesinato colateral). En él se ve a soldados estadounidenses en un helicóptero disparando y matando a civiles iraquíes y a dos periodistas de Reuters en 2007.
Aparte de cómo hablan los soldados en el vídeo –“Jajaja, les he dado”, “Bien”, “Buen disparo”–, parece que la mayoría de las víctimas son civiles y que las cámaras de los periodistas se confunden con rifles.
Cuando uno de los heridos intenta arrastrarse para ponerse a salvo, la tripulación del helicóptero, en lugar de permitir que sus camaradas estadounidenses en tierra lo tomen prisionero como exigen las reglas de la guerra, pide permiso para dispararle de nuevo.
Se concede la autorización de los soldados para disparar. El herido es llevado a un minibús cercano, que recibe disparos con el arma del helicóptero. El conductor y otros dos rescatadores mueren en el acto, mientras que los dos hijos pequeños del conductor que iban dentro resultan gravemente heridos.
El mando del ejército estadounidense investigó el asunto, concluyendo que los soldados actuaron de acuerdo con las reglas de la guerra. A pesar de ello, la fiscalía estadounidense no incluyó el vídeo en su acusación contra Assange, lo que dio lugar a acusaciones de que no quería que ese material siguiera exponiéndose públicamente.
Igualmente, el público nunca habría sabido que se había cometido un presunto crimen de guerra sin la publicación del vídeo.
El exilio
Assange y WikiLeaks no habían tardado en hacerse famosos cuando todo empezó a venirse abajo.
Se le acusó de haber agredido sexualmente a dos mujeres. Se refugió en la embajada de Ecuador en Londres durante siete años para evitar ser extraditado a Suecia para ser interrogado sobre las supuestas agresiones, desde donde podría ser a su vez extraditado a Estados Unidos. Después fue encarcelado en Inglaterra durante los últimos cinco años.
Ha sido confuso seguir los vericuetos bizantinos del caso Assange. Su personaje ha sido vilipendiado por sus oponentes y venerado por sus partidarios.
Incluso los periodistas, que se supone que están en el mismo negocio de decir la verdad al poder, han adoptado posturas contradictorias hacia Assange, oscilando entre darle premios (un Walkley por su destacada contribución al periodismo) y rehuirle (The New York Times ha dicho que es una fuente más que un periodista).
Sufrimiento personal
Después de que Suecia finalmente retirara los cargos de agresión sexual, el gobierno de EE. UU. aumentó rápidamente su petición de extraditarlo para que se enfrentara a cargos en virtud de la Ley de Espionaje, que, de haber prosperado, podrían haberle llevado a una pena de cárcel de hasta 175 años.
El largo, prolongado y muy público caso, legal o no, ha planteado cuestiones que aún no se han tenido plenamente en cuenta.
Nils Melzer, relator especial de las Naciones Unidas sobre la Tortura, investigó a fondo el caso contra Assange y lo expuso con detalle forense en un libro de 2022.
En él, escribió:
El caso Assange es la historia de un hombre que está siendo perseguido y maltratado por exponer los sucios secretos de los poderosos, incluyendo crímenes de guerra, tortura y corrupción. Es la historia de una arbitrariedad judicial deliberada en democracias occidentales que, por lo demás, están dispuestas a presentarse como ejemplares en materia de derechos humanos.
También ha sufrido significativamente en procesos legales y diplomáticos en al menos cuatro países.
Desde que fue encarcelado en 2019, el equipo de Assange dice que pasó gran parte de ese tiempo en régimen de aislamiento durante hasta 23 horas al día, se le negó todo, excepto el acceso más limitado a su equipo legal (por no hablar de la familia y amigos) y se le mantuvo en una burbuja de cristal durante su aparentemente interminable audiencia de extradición.
Su salud física y mental se ha resentido hasta el punto de que ha sido puesto en vigilancia de suicidio. De nuevo, esa parece ser la cuestión, como escribe Melzer:
El objetivo principal de perseguir a Assange no es –y nunca ha sido– castigarle personalmente, sino establecer un precedente genérico con un efecto disuasorio global sobre otros periodistas, publicistas y activistas.
Así pues, aunque el propio Assange es humano y su sufrimiento real, su prolongado tiempo en el candelero le ha convertido más bien en un símbolo. Tanto si se le considera el héroe que saca a la luz los sucios secretos de los gobiernos, como si se le considera algo mucho más siniestro.
Si algo nos ha enseñado su experiencia es que contar la verdad al poder puede tener un coste personal insondable.
Matthew Ricketson no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.