Ocurrió hace más de 600 años. Eran niños –64, para ser exactos– y fueron sacrificados a los dioses de la antigua Chichén Itzá, la espléndida ciudad precolombina de los mayas, en la península de Yucatán (al sur del actual México).
Aparte de lo terrible que hoy pueda parecernos esta forma de morir, el análisis paleogenético de sus huesos aporta valiosa información sobre una de las culturas más fascinantes y enigmáticas de América, gracias a una investigación publicada ayer en Nature.
En el año 1517, el explorador Francisco Hernández de Córdoba (1467 – 1517) descubrió la península de Yucatán (México), habitada por los mayas. Era una sociedad con una espectacular arquitectura monumental, con profundos conocimientos de astronomía y matemáticas y una de las pocas culturas americanas que habían desarrollado un complejo sistema de escritura.
Los recién llegados se sorprendieron sobre todo por los rituales que practicaban los nativos, incomprensibles para la mentalidad europea del siglo XVI.
A la sombra del dios Serpiente
De la civilización maya, destaca la ciudad sagrada de Chichén Itzá, construida entre los años 800 y 1100 de nuestra era y situada en el actual estado mexicano de Yucatán.
En el norte de la urbe se erige el emblemático templo de Kukulkán, muy cercano al cenote sagrado, un sumidero que contiene los restos de más de 200 individuos, la mayoría de ellos niños que fueron sacrificados a sus divinidades.
El estudio de los restos de 64 de estos menores abre una ventana a la comprensión de la mitología maya, así como a sus vínculos genéticos, a su dieta y al origen de los individuos sacrificados.
También permite explorar las consecuencias demográficas y epidemiológicas que sobre esta mítica cultura mesoamericana tuvo el contacto con los europeos.
Los sacrificados: varones y gemelos
Hasta hoy se consideraba que las inmolaciones mayas podían ser tanto de mujeres como de varones. Pero los análisis paleogenómicos actuales contradicen esta creencia: los 64 niños estudiados eran todos varones. Además, entre ellos había nueve parejas emparentadas, dos de las cuales eran gemelos genéticamente idénticos.
Estos asombrosos resultados confirman la preferencia ritual que tenían los mayas por sacrificar varones y que éstos se seleccionaban por su parentesco biológico.
La presencia de parejas de hermanos genéticamente idénticos refleja la importancia ritual que tenían los gemelos en la cultura maya. En el Popol Vuh, o libro sagrado de los mayas, se narra el viaje y posterior sacrificio de dos gemelos al inframundo, un lugar subterráneo habitado por los dioses de la enfermedad y de la muerte.
La narración cuenta cómo la cabeza cortada de uno de ellos engendró un segundo par de gemelos, conocidos como los Gemelos Heroicos, que se sometieron a ciclos de sacrificio y resurrección para burlar a los dioses del inframundo. El cenote sagrado de Chichén Itzá podría representar el inframundo y los gemelos sacrificados evocarían a los dioses gemelos.
El día a día de las víctimas
También se ha podido determinar que la base de la alimentación de los sacrificados era el maíz, que combinaban con el consumo de animales terrestres y acuáticos.
Por otro lado, la detección de ligeras variaciones en la dieta ha determinado que los niños procedían de comunidades cercanas, aunque algunos detalles también podrían indicar una procedencia del centro de México o, incluso, de lugares tan lejanos como Honduras.
Otro detalle que desvela el estudio es que la dieta de los niños emparentados era muy parecida, lo que sugiere que habían sido criados en una red familiar que les proporcionaba los mismos cuidados.
Además, los que estaban estrechamente relacionados murieron a edades similares, lo que indica que pudieron ser sacrificados en el mismo evento, un sacrificio ritual por parejas o gemelos.
Continuidad genética hasta nuestros días
Los resultados también demuestran que, a pesar de los importantes cambios culturales y demográficos que ha sufrido la región durante los últimos 500 años, existe una continuidad genética entre los antiguos y actuales mayas.
Lógicamente hay sustanciales diferencias, todas ellas relacionadas con el dramático efecto que tuvo el contacto con los europeos. Se ha constatado que la población maya actual tiene también genes europeos y africanos –un 7 % y 0,03 %, respectivamente–. Además, este mestizaje es asimétrico: los cruzamientos se realizaron preferentemente entre varones extranjeros y mujeres autóctonas.
Las guerras, las hambrunas y las epidemias relacionadas con el contacto con los europeos tuvieron también un dramático impacto demográfico. Se estima que la población maya originaria pasó de unos 20 millones en el momento del contacto a 2 millones a finales del siglo XVI, una disminución del 90 % en menos de un siglo.
La supervivencia manda
El contacto con los conquistadores tuvo otras consecuencias indirectas, pero no menos significativas. Por ejemplo, en la población maya actual se han seleccionado genes relacionados con el metabolismo de los lípidos y con la fertilidad, como reacción a las hambrunas y las restricciones que sufrieron desde la época colonial.
También se ha detectado una selección a favor de genes del sistema inmune que protegen ante enfermedades infecciosas, concretamente contra Salmonella enterica, bacteria causante de la terrible epidemia de cocolizti que asoló Mesoamérica en el año 1545.
Así, el estudio publicado ayer en Nature es un buen ejemplo de cómo las actuales técnicas de investigación antropológica son útiles no solo en el estudio de la biología de las poblaciones del pasado, sino también en la reconstrucción e interpretación de su cultura.
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