Liza Jiménez Núñez, Abogada y escritora.
Hace unos años conocí al sociólogo Ivar Zapp en Casa Museo, Ave número 7, en un conversatorio sobre La Esfera Celeste y las Esferas de Piedra.
Ivar habló sobre la función naval de muchos instrumentos arqueológicos desenterrados bajo suelo costarricense. Toda la información quedó documentada en su libro: Retorno a la Edad de Oro de La Lengua Cuadriculada de los Huetares.
Recuerdo ver a Ivar con una camisa de manga corta con motivos de palmera. Desde que inició su ponencia supe que estaba frente a un ser humano que había dedicado su vida a la investigación de las esferas precolombinas, un hombre que le ponía los nervios de punta a los historiadores ortodoxos.
Casualmente muchos años atrás, cuando no sabía con exactitud qué iba hacer de mi vida, matriculé la carrera de periodismo. Ahí tuve una excelente profesora de nacionalidad venezolana que me hizo entender el mundo desde cierta humanidad particular, ella había sufrido algunos embates de salud importantes durante su vida, y tanto su fuerza como su empuje, me motivaron a investigar las esferas de piedra, y recurrí al Centro Patrimonio Nacional, encontré material suficiente para mi investigación. Años más tarde y después de atar cabos, supe que el material que estudié, había sido recopilado por el sociólogo Zapp.
La redondez de las esferas siempre había permanecido académicamente como un enigma. Nuevamente —y sin saber que conocería a Ivar Zapp—estaba frente a un expediente judicial con un caso de «las bolas» cuando cambié el rumbo de mi carrera profesional y me convertí en abogada, mi profesión me llevaría a trabajar en la Corte como pasante y por una sincronicidad, analizaría el expediente que estaba ventilando el caso de una esfera de piedra precolombina ubicada en una casona esquinera en la zona de Pavas, el Centro de Patrimonio Histórico había iniciado un proceso legal para remover la esfera de la casa donde permanecía. El dueño era un extranjero que había comprado la esfera a buen precio en algún mercado negro, en verdad no recuerdo si el expediente revelaba la forma de adquisición, probablemente sí.
La Zona Sur en Costa Rica, fue una especie de cuna para estas esferas y un laboratorio de observación para Zapp, quien dedicó su vida al estudio de este fenómeno. La mística de Zapp siempre fue evidente.
Para aquel momento —justo cuando lo conocí— yo estaba estudiando todo el corpus de Literatura Latinoamericana I en la Facultad de Letras de la Universidad de Costa Rica, las crónicas escritas por Colón y los textos reveladores de una cultura gravemente afectada por los dogmas católicos. Leí toda una serie de mamotretos históricos, antologías cuya letra no superaba el 0.1, antologías que probablemente no había sido actualizada en décadas.
El sociólogo inició la ponencia en Casa Museo, Ave número 7, yo quedé estupefacta, antes del inicio tuvimos la oportunidad de hablar un rato, supe que vivía en Santa Ana, la zona donde también vivía yo, le agradecí a Paola Valverde la invitación. A Ivar le ofrecí llevarlo de vuelta a su casa en taxi y él me regaló su libro: Retorno a la Edad de Oro de La Lengua Cuadriculada de los Huetares.
Le comenté a Ivar que me gustaba escribir, fue fácil hablar en movimiento, quería hacerle muchas preguntas, conocer más y aprender sobre sus teorías, saber sobre su vida. Me surgieron algunas dudas, muchas preguntas. Un hombre que había estudiado arquitectura, antropología, historia y sociología, que había decidido quedarse en Costa Rica. ¿De dónde venía? ¿Por qué me lo había encontrado desde hacía tantos años, en aquella primera investigación de una carrera como periodista que no alcancé a terminar?
Una vez que salí de ahí, me puse a leer el texto de Zapp, hubo lecciones desestabilizadoras, una de ellas, la más importante —quizá—la validación de la naturaleza náutica del legado arqueológico de los navegantes Huetares. Zapp planteaba a manera de conclusiones esa consciencia de poder confrontar los hechos ante la posibilidad de generar nuevas ideas, dentro del pensamiento secular para una mejor interpretación histórica, pero cómo le caía esta osadía a algunos estudiosos de la vieja escuela, acostumbrados a la negación en el cambio de paradigmas.
El sociólogo invitaba a adentrarse en nuevos caminos para la investigación, nos obligó por medio de sus textos a confrontar lo preestablecido, nos sacudió al decirnos: «Si la perspectiva intelectual del hombre prehistórico se basaba en el orden de las estrellas de magnitud Alfa y Beta, ordenadas por la esfera celeste del Atlas con una nomenclatura alfabética, entonces el paradigma implícito en esta perspectiva náutica no solo era propio de un navegante prehistórico que cruzó océanos, sino que también revelaba la innata necesidad de ubicarse en el globo terráqueo».
Leí nuevamente algunas partes de su libro, volví a ver a Zapp para una excursión a la zona arqueológica de Guayabo y volví a encontrarme con este gran investigador, a la sombra de un árbol maduro.
Para aquel momento su salud ya estaba un tanto deteriorada, pero su intelecto estaba intacto. Nos acompañó a cada paso, durante el recorrido en Guayabo y sus intervenciones marcaron una nueva perspectiva para mí, Ivar habló sobre quienes construyeron ese lugar como un centro de estudios superiores, siendo que no era un cacicazgo de alcance local solamente; sus enseñanzas se basaron en las artes náuticas con las que lograban el intercambio de mercaderías e ideas con otros seres humanos del mundo, Guayabo: camino adoquinado de 380 kilómetros de largo, con puentes colgantes en cada paso de ríos muy anchos, que se observó existieron, por satélite, sorpresas bajo el suelo de Guayabo, queda mucho por descubrir en el futuro.
Para el 2017, volví a ver a Zapp en la presentación de un libro en el Instituto México, Ivar me miró y lo vi todavía más deteriorado que la última vez en Guayabo, pero todavía en vida, en la ruta, en la pupila: ¡la esperanza! Lo llevé nuevamente a su casa y le pregunté tantas cosas en el camino, mientras mi esposo manejaba, Ivar me contestó con precisión y decisión todas mis dudas, esa sería la última conversación y me despedí de su gran intelecto, de su humanidad palpable y de su visión del universo, y lo siguió abrazando en sus textos.