Mario Ramírez Granados.
Desde los orígenes de la cultura escrita, existe una fascinación por contar la vida de héroes y personajes políticos. Así aparecieron Vidas Paralelas de Plutarco, La Vida de los Doce Cesares de Suetonio, o la Vida de Pintores y Arquitectos de Giorgio Vasari y otros tantos que vinieron después. Con el tiempo, en la biografía se fueron introduciendo elementos de ficción, y las vidas ejemplares fueron incorporando además reflexiones sobre la época en que vivió y sus problemas. En esto consiste tal vez su mayor riqueza, en poder dar elementos para comprender nuestra propia época.
Durante el siglo XX, junto a la literatura fue surgiendo el cine, que se fue convirtiendo en una industria con vida propia, con mayor capacidad para llegar al gran público, y legarnos íconos que viven más allá de la persona que los encarnó. Con el tiempo, mediante el uso del biopic o cine biográfico, y la biografía ficcionada algunos creadores pudieron reconstruir la vida de estos íconos y le devolvieron parte de su humanidad a la persona, reconstruyendo parte de su vida, a través del documental o la ficción.
Uno de estos casos es Norma Jeane Barker, la mujer detrás del mito de Marilyn Monroe: un icono de belleza y de femineidad que trascendió el cine para convertirse en un icono de belleza y de femineidad. Su vida y muerte ha tratado de ser recuperado tanto en biografías como en ficción, así como películas como Mi semana con Marilyn y más recientemente Blonde (Rubia), una película de Andrew Dominik basada en la novela homónima de Joyce Carol Oates.
Blonde nos ofrece un retrato descarnado de Marilyn Monroe, una máscara abajo la que vivía escondida Norma Jean. Una niña abandonada y abusada que se convirtió en estrella, pero que estuvo siempre rota. No es gratuito por ejemplo su apego a un oso de peluche, que como el trineo del Ciudadano Kane, representa la inocencia interrumpida, y ese hogar al que la mayoría todos deseamos de alguna forma volver.
Pero en el caso de Norma Jeane Baker, su infancia estaba marcada por la ausencia de un padre, y una madre abusiva, a la cual sin embargo ella trataba inútilmente de volver. La película deja ver el peso dentro de una figura exitosa de mandatos para las mujeres como el matrimonio y la maternidad, los cuales se convierten en un lastre.
La película nos ofrece además retratos de la masculinidad: la paternidad, ausente; el rol del proveedor que encarna en la película el personaje de Joe di Maggio, el hombre que dice amar a Marilyn, pero que trata de meterla en una jaula de oro, que no capaz de manejar la vida pública de su esposa, un presidente frágil que trata de probar su poder, mediante una sexualidad desenfrenada. Todos son arquetipos que aún podemos encontrar entre nosotros. Tal vez la descripción más amable que ofrece la película es el dramaturgo Arthur Miller, el tercer esposo de Marilyn Monroe. En su versión, Marilyn podía ser en la intimidad ser más Norma Jean.
Marilyn Monroe es al final una máscara y una especie de personaje, creada por la industria cinematográfica que se ufanaba de haber creado un star system, una industria que crea estrellas que son ideales inalcanzables. Así surgieron íconos como Humphrey Bogart, el rufián melancólico, John Wayne, el vaquero endurecido o James Dean, el rebelde sin causa. Marilyn Monroe se convirtió en la bomba rubia, el símbolo sexual, pero que en muchas ocasiones su vida quedaba atrapada en sus propios papeles.
La industria que retrata Blonde, es semejante al Moloch de la poesía de Ginsberg: bestia y altar en el cual se inmolan las ilusiones, la inocencia, y finalmente la vida de las personas. Una vida de glamour, que no llenaba una infancia de abandono, hasta dar paso al uso de antidepresivos, para darle fuerza para cargar su máscara.
En el fondo del espejo, ya independiente de sí misma, Marilyn Monroe, la máscara, ríe, como si el reflejo tuviese vida propia. Tal vez por eso a pesar de que por momentos la película sea difícil de ver, esta tiene el poder de devolvernos a Norma Jeane Baker y permitirnos a través de las lágrimas tras la máscara, recuperar su humanidad.
Su personaje se convirtió en sus alas para elevarse sobre la condición humilde en que nació. Pero como Ícaro, al final Norma Jeane se acercó demasiado al sol. Tantos reflectores, tanto glamour terminaron por quemarla.
Casi 60 años después de su muerte, Marilyn Monroe nos sigue encantado, pero este tipo de miradas debería hacernos pensar en que tanto ha cambiado la industria, sobre todo en su capacidad sacrificial. Actrices como Mira Sorvino o Ashley Judd demostraron como parte del acceso a la industria cinematográfica, estaba sujeta a mecanismos de sometimiento y vejación sexual que utilizaron productores como Harvey Weinstein o “estrellas del momento” como Bill Cosby.
Hoy, sin embargo, cabe preguntarse hasta donde seguimos sexualizando a las mujeres desde niñas, y como rompemos este siniestro ciclo, evitando que la belleza física de algunas se convierten en cadenas de amargura.