“El polen ya se esparce por el aire, con donaire”
–Les Luthiers–.
La dispersión de granos de polen a través del viento es el mecanismo que usan muchas plantas terrestres para la fecundación. El polen contiene los gametos masculinos que deben unirse al óvulo para dar lugar a una nueva planta en el proceso de reproducción sexual, de forma similar a lo que ocurre con nuestros espermatozoides y óvulos.
No obstante, son muy frecuentes los casos en que las plantas son polinizadas por vectores animales. Sobre todo insectos y, en menor medida, por aves y murciélagos. Esta asociación beneficia a ambas partes (lo que se conoce como mutualismo): las plantas se aseguran la reproducción mientras los animales obtienen el néctar y el polen a cambio de sus servicios.
La evolución del mutualismo polinizador se produjo de forma paralela a la expansión de las plantas en el medio terrestre a lo largo de los últimos 250 millones de años. Las plantas adaptadas al medio acuático, incluso las marinas, también han desarrollado mecanismos para garantizar su polinización por vectores animales.
Este es el caso de Thalassia testudinum, una fanerógama que forma praderas en fondos someros del mar Caribe. En 2016 se demostró experimentalmente que los crustáceos y poliquetos que se alimentan del polen de esta planta son capaces de transportar granos adheridos a su superficie y provocar la fecundación de forma similar a como lo hacen los insectos en tierra firme.
Sin embargo, el concepto de polinización no se había extendido hasta ahora a ningún otro organismo marino más allá de las plantas con flores (fanerógamas). No hablaríamos de polinización en sentido estricto al referirnos a las algas, ya que se trata de plantas sin flores y, por tanto, sin polen. Sin embargo, la reproducción sexual de las algas también implica la liberación de gametos masculinos, generalmente flagelados como los espermatozoides, que nadan libremente hasta encontrarse con el gameto femenino.
¿Podrían otros organismos acuáticos contribuir también a la reproducción de las algas, a modo de “abejas submarinas”?
Cuando las algas macho necesitan colaboradores
Un curioso grupo de algas, las llamadas algas rojas (rodófitas), carecen de flagelos en sus gametos. Hasta ahora se pensaba que los gametos masculinos eran liberados por el alga macho (las algas rojas suelen tener sexos separados) y las corrientes los desplazaban de forma pasiva hasta encontrarse con los gametos femeninos en el alga hembra.
Por ese motivo ha supuesto una auténtica sorpresa el descubrimiento de que una especie de alga roja del Atlántico norte y Mediterráneo, Gracilaria gracilis, debe su fecundación a un vector animal, en concreto al crustáceo isópodo Idotea balthica.
Expliquemos esto más detenidamente.
Un grupo de investigadores de la Sorbona y de la Universidad Austral de Chile ya habían observado la presencia habitual de estos pequeños isópodos sobre las gracilarias. Allí encuentran refugio y alimento, ya que devoran todo tipo de algas verdes y otros organismos adherentes, limpiando la superficie de las gracilarias y favoreciendo su crecimiento.
Además de esta asociación mutualista, los investigadores observaron que el cuerpo de las idoteas estaba cubierto por los gametos masculinos de las gracilarias. Así que diseñaron un sencillo y elegante experimento para ver si los isópodos hacían el papel de vectores para la reproducción del alga.
Crustáceos que imitan a las abejas
En un primer experimento colocaron un alga macho y otra hembra a cierta distancia dentro de un acuario. Al cabo de un tiempo comprobaron que en el alga hembra apenas se habían producido algas en desarrollo (cistocarpos).
En cambio, cuando poblaban el acuario con idoteas, los cistocarpos se hacían muy abundantes. Si se colocaba el alga hembra en presencia de idoteas que habían convivido previamente con algas macho, también se producían cistocarpos, pero no sucedía así cuando las algas hembra se mantenían solitarias.
Es la primera vez que se descubre un mecanismo de polinización (entendido en sentido amplio, ya que recordemos que no hablamos de polen) en algas marinas.
Esta colaboración resulta especialmente llamativa por la gran distancia evolutiva que existe entre estas algas y las plantas con flores. Las algas rojas se originaron muchísimo tiempo antes que las plantas terrestres, entre 800 y 1000 millones de años antes del presente. Por ello, las asociaciones mutualistas entre plantas y animales podrían ser mucho más antiguas de lo que se pensaba, y podrían haber evolucionado de forma independiente en el medio marino y en el terrestre.
Una conclusión que podemos derivar de este descubrimiento es la importancia de las asociaciones mutualistas en la naturaleza, la interdependencia entre los organismos y las consecuencias nefastas que pueden tener las alteraciones provocadas por actividades humanas en estas relaciones.
Ramón Muñoz-Chápuli Oriol no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.