Cada vez son más los mensajes que, en distintos contextos (medios de comunicación, discursos políticos…) advierten sobre la necesidad de concienciar a la juventud sobre la difusión de bulos y noticias falsas que alimentan los discursos de odio.
Algunas de las justificaciones para hacer esa afirmación se apoyan en la presencia de jóvenes adolescentes en redes sociales, en su supuesta incapacidad para discernir verdades de mentiras o en su presunta tendencia a compartir contenido “sin filtrar”.
Sin embargo, hay estudios que ponen de manifiesto que son las personas adultas mayores, y no las jóvenes, quienes comparten una mayor cantidad de información errónea o falsa que, en muchos casos, constituye el sustrato de discursos que apelan al odio y la discriminación hacia ciertos colectivos.
Cuestionar la mirada criminalizadora hacia la adolescencia
El estudio Adolescentes frente a los discursos de odio. Una investigación participativa para identificar escenarios, agentes y estrategias para afrontarlos (financiado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud en las Ayudas a la Investigación 2019) surge, precisamente, con la intención de cuestionar esa mirada paternalista, adultocéntrica y criminalizadora hacia la adolescencia como grupo que emite y/o reproduce más fácilmente este tipo de discursos, poniendo en valor su capacidad crítica, dialógica y transformadora.
En dicho proyecto trabajamos durante nueve meses con 54 adolescentes de un instituto y una entidad socioeducativa de la periferia sur madrileña. El diseño de la investigación partía de una premisa participativa en la que su papel fuera el de protagonistas de todo el proceso. Sin embargo, para que la colaboración y la participación se dé, no basta con desearlo y a veces hay que saber qué teclas tocar para que las personas se sientan cómodas, seguras y motivadas para poner su energía en un proyecto, aspecto que suponía una de nuestras principales inquietudes.
Otro de nuestros anhelos era que se sintiesen interpeladas con la temática, es decir, que no concibiesen los discursos del odio como una cuestión ajena (propia de redes sociales, medios de comunicación o de partidos políticos y personas con posiciones más reaccionarias). Por eso decidimos apoyarnos en una metodología dialógica a través de talleres en los que construimos una definición colectiva de eso que llamamos “discursos de odio”, reflexionamos sobre cómo nos relacionamos con ellos (enfatizando la importancia de reconocer y cuestionar nuestros propios privilegios); codiseñamos e implementamos microinvestigaciones alrededor de estos discursos en sus contextos cercanos y, a partir de los aprendizajes construidos colectivamente, creamos propuestas artísticas como herramienta de sensibilización a través de distintos lenguajes y soportes creativos.
Propiciar experiencias culturalmente relevantes
Ligado a esta última fase del proyecto, a lo largo de nuestra trayectoria como educadoras y educadores hemos sido testigos del potencial educativo que tiene propiciar experiencias culturalmente relevantes para las personas con las que trabajamos. Nos referimos a aquellas experiencias que son propiciadas a través de lenguajes y formas de expresión que les son propios, pues forman parte de los canales comunicativos y expresivos de su vida cotidiana. Esta forma de hacer reconoce la relevancia y el valor de sus experiencias vitales.
Por eso en la etapa final de la investigación les pedimos que escogieran aquellas formas de expresión con las que sintiesen más comodidad para dar respuesta a los discursos de odio.
El resultado fue un cortometraje sobre gordofobia, un rap contra el clasismo/racismo, una colección de memes sobre la libertad de expresión y los límites del humor, y un grafiti contra el racismo y la islamofobia.
La evaluación del proyecto, realizada junto al grupo de adolescentes y el profesorado implicado, puso de manifiesto varias cuestiones vinculadas a esta última etapa creativa. Por un lado, fue la fase más y mejor valorada. Desde nuestra perspectiva, creemos que ello se debe a que constituyó la parte más práctica de la investigación (en comparación con otras más reflexivas) y, especialmente, a que pudieron expresar y ver reconocida su agencia en ella de manera más explícita.
Por otro lado, trabajar los discursos de odio a través del arte también fue un proceso de aprendizaje para nosotras. Este lenguaje facilita aterrizar conceptos abstractos y aparentemente lejanos –como los discursos de odio– en lo cotidiano y cercano; permite interpelar y llegar a quienes no llegaríamos de otra forma; facilita que las personas se muestren abiertas al diálogo, precisamente por no sentir que los argumentos atacan sus propias creencias.
Conectar con las emociones a través del arte
Por último, más allá de argumentos racionales, las distintas expresiones artísticas ayudan a conectar con las emociones y, en ese sentido, facilitan ponerse en el lugar de otras personas, quizás menos privilegiadas.
En definitiva, esta experiencia posibilita valorar el papel motivador, catalizador y movilizador que puede tener el arte en proyectos socioeducativos de diversa índole. Sin embargo, como cualquier otra metodología, es necesario que vaya acompañada de una mirada crítica. Trabajar a través del arte desde la imposición de determinadas formas de expresión puede ser igual de poco fructífero que trabajar desde metodologías pasivas.
En esta línea, podemos destacar el trabajo de asociaciones como Bombo y Caja, cuyos proyectos educativos y de desarrollo comunitario parten de esta mirada crítica y ponen en valor las formas de expresión de los grupos de jóvenes junto a quienes trabajan. De esta manera, se rehúye de perspectivas asistencialistas, reconociendo formas de participación social y política que habitualmente son negadas e invisibilizadas.
Este artículo ha sido realizado con la colaboración de Iñigo Lorón Díaz, socio fundador de la Asociación Cultural Bombo y Caja y mediador en el Servicio de Mediación Comunitaria de Villa de Vallecas.
Alba Quirós Guindal recibió fondos para el desarrollo del proyecto de investigación por parte del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, vinculado a la Fad, a través de las Ayudas a la Investigación 2019. El proyecto fue financiado con una cuantía de 8.000€, que fue gestionada desde los servicios administrativos de la UNED.
Alberto Izquierdo Montero recibió fondos para el desarrollo del proyecto de investigación por parte del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, vinculado a la Fad, a través de las Ayudas a la Investigación 2019. El proyecto fue financiado con una cuantía de 8.000€, que fue gestionada desde los servicios administrativos de la UNED.
Noemi Laforgue Bullido recibió fondos para el desarrollo del proyecto de investigación por parte del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, vinculado a la Fad, a través de las Ayudas a la Investigación 2019. El proyecto fue financiado con una cuantía de 8.000€, que fue gestionada desde los servicios administrativos de la UNED.