Hámer Salazar, Biólogo. info@hamersalazar.com
Hace algunos años, con motivo del terremoto de Limón ocurrido el 22 de abril de 1991, justo el Día de la Tierra, escribí un artículo que titulé “naturaleza contra naturaleza”, esto por cuanto, como resultado del terremoto, el suelo marino, en las cercanías de Limón, se levantó cerca de un metro, dejando expuesto a los rayos del sol, una buena parte del arrecife de coral de la zona. Resultaba paradójico que, mientras ese día en el mundo se llamaba la atención sobre la necesidad de asimilar al Planeta como un “gran ser vivo” que hay que cuidar, y que, a pesar de los esfuerzos para la conservación de este importante ecosistema marino, hayan sido las fuerzas de la misma naturaleza las que afectaron sensiblemente el arrecife. Dramático para la corta existencia de la vida humana, pero solo un leve suspiro en la historia natural de este pequeño país y del Planeta.
Pero nada debe sorprendernos de la naturaleza porque siempre está viva, aun lo que creemos muerto o inerte, de acuerdo con la física cuántica, está en constante movimiento, y viene a reafirmar lo que decía el filósofo griego Heráclito, “lo único permanente es el cambio; todo fluye; el mundo es un flujo perenne”, otro paisano suyo, Tales de Mileto, decía que “nadie se baña dos veces en el mismo río”; “cambia, todo cambia”, como dice la canción de Mercedes Sosa. Y es que, con motivo de las intensas lluvias, hemos visto como el paisaje cambia. En las zonas costeras, donde predominan las llanuras, los ríos superan sus cauces y el ímpetu del agua, que no importa donde se encuentre, mientras fluya siempre va para abajo, inundando casas, locales comerciales, centros educativos y todo cuanto encuentra a su paso. Normalmente, esos espacios inundables, se conocen en geografía como llanuras de inundación; en Costa Rica, le llamamos también la “vega” de los ríos. Si aprendemos a leer la naturaleza, en este caso en particular, la topografía de los terrenos, podríamos “adivinar” si una zona es susceptible a inundarse o no. Puede que por docenas de años no ocurra nada, pero si el paisaje se ha moldeado de una manera en particular es porque así lo ha hecho la naturaleza y, probablemente, continúe haciéndolo con su propio tiempo, no con el del ser humano, que es efímero.
Lo mismo ocurre con las zonas de altas pendientes, donde por causa de un exceso de agua en el terreno, se da lo que se conoce en geología como licuefacción, que es el fenómeno mediante el cual los suelos, que en principio son sólidos, con abundantes espacios que permiten la aireación y la captación de agua, pasan de ese estado sólido al estado líquido, se convierten en una especie de atol, de gelatina, de un líquido pesado, que se desprende de la capa inferior del suelo y comienza a moverse ladera abajo.
Este fenómeno es relativamente común en suelos saturados por las lluvias y hace que cientos de toneladas de terreno se muevan desde las partes altas de las laderas hasta el cauce del río, en una masa de tierra imparable. El mismo terreno nos puede dar indicios de lo que ha ocurrido con la historia geológica. Por ejemplo, paredones o laderas con cantos rodados (piedras redondeadas), o piedras de lados planos mezclados con tierra, nos indican procesos laháricos (piedra, barro y vegetación que se mueven ladera abajo por exceso de humedad),
Así funciona la naturaleza para modelar el paisaje terrestre, con sus principales fuerzas, terremotos, deslizamientos, vulcanismo, inundaciones de ríos o el mar (tsunamis) y, eventualmente, meteoritos. Hoy, más que nunca, comprendemos estos fenómenos y sabemos el poder destructivo que pueden tener; pero también conocemos cuáles podrían ser las medidas de prevención, que son posibles de aplicar en la mayoría de los casos.
No podemos detener la energía de los volcanes, ni las fuerzas que mueven las placas terrestres y fallas geológicas, ni la energía del sol y la rotación de la tierra como para regular el clima del planeta e impedir que hayan tornados, huracanes y temporales, como le llamábamos antes a los intensos aguaceros de varios días, pero sí podemos prevenir las catástrofes con planificación urbana, con sistemas constructivos para evitar el derrumbe de las casas en un terremoto, con construcciones que no las vaya a afectar el clima o los deslizamientos. Pero esto no es fácil, cuando la mayoría de las veces, son los más necesitados, las principales víctimas de las catástrofes.