El transhumanismo es una doctrina filosófico-científica que pretende extender los límites y capacidades de la especie humana mediante la tecnología. Una rama paralela, poco explorada, consistiría en hacer lo mismo con la especie más cercana a nosotros: estaríamos hablando de “transchimpanceísmo”.
Hablamos, en realidad, de dos especies: el chimpancé (Pan troglodytes) y el chimpancé pigmeo (Pan paniscus). Se separaron hace menos de un millón de años, y de nosotros hace unos siete millones (la fecha está sujeta a discusión).
Ambas especies tienen un aspecto similar, pero difieren bastante en su conducta. Sus características cognitivas han sido muy estudiadas: son capaces de reconocerse en un espejo, resuelven problemas bastante difíciles y son capaces de adquirir un manejo notable del lenguaje, aunque muy lejos del que tienen los humanos. Muy probablemente tienen también la capacidad de viajar mentalmente en el tiempo y lo que los científicos denominan “teoría de la mente”: el imaginarse las cosas desde el punto de vista de otro individuo, aunque estas dos cuestiones son bastante controvertidas.
Ahora que sabemos todo esto podríamos hacernos dos preguntas interesantes:
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¿Cómo podríamos mejorar las capacidades cognitivas de los chimpancés?
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En el caso de que esto fuera posible, ¿sería éticamente correcto hacerlo?
Los genomas de chimpancés y humanos han sido cuidadosamente comparados y sabemos que la mayoría de las proteínas tienen una similitud aproximada del 98 %. Probablemente se ha dado demasiada importancia a este dato, ya que cambios pequeños en el genoma pueden dar lugar a grandes diferencias en el fenotipo.
Una aproximación posible consistiría en elegir un número pequeño de genes humanos que sean prometedores e introducirlos en el chimpancé. Idealmente serían genes que hayan divergido mucho entre ambos, y en los que estas diferencias se deban a la selección natural. Eso puede determinarse por métodos bioinformáticos.
La inserción de estos genes candidatos en el genoma del chimpancé permitiría evaluar su papel en el proceso de humanización. La estrategia es algo simplista, ya que las diferencias entre ambas especies podrían deberse a otras causas. Por ejemplo, podrían estar relacionadas con genes que no codifican proteínas sino ARN reguladores (hay algunos indicios de ello) o deberse a la ausencia de algún gen en humanos presente en chimpancés. Hasta la fecha no se ha modificado genéticamente a ninguna estas especies, pero la técnica es aplicable a cualquier mamífero.
Entonces, ¿qué genes podríamos editar?
El lenguaje (humano o no)
El primero en mi lista sería FOXP2, que ha sido llamado (erróneamente) el gen del lenguaje. Se identificó en una familia inglesa en la que varios de sus miembros padecían una incapacidad específica del habla sin tener afectados otros aspectos de la cognición. Tras muchos años de trabajo, los investigadores relacionaron esta enfermedad genética con una mutación en FOXP2.
Este gen existe en todos los vertebrados y su secuencia proteica está muy conservada. Lo curioso es que entre el chimpancé y el ratón solo existe una diferencia en la secuencia de las proteínas, mientras que entre la versión humana y la del chimpancé hay dos. Esto, a pesar de que el tiempo de separación entre especies es mucho menor en este último caso.
Más interesante aún es que FOXP2 está involucrado en la capacidad de ecolocación de los murciélagos y en el canto de las aves. Los ratones con una copia mutada del gen no son capaces de emitir las vocalizaciones ultrasónicas que constituyen las llamadas de auxilio características de esta especie. Se sabe que FOXP2 es un gen maestro que influye en la expresión de otros muchos genes, por lo que tiene múltiples funciones y también que está implicado en el desarrollo del cerebro. No es solo un gen del lenguaje, pero tiene un papel esencial para acciones que requieren una coordinación de movimiento muy fina, como el habla humana y el canto de los pájaros.
El tamaño del cerebro
El segundo gen sería MCPH1, cuya mutación es una de las causas de la microcefalia, una enfermedad hereditaria caracterizada por un cerebro de tamaño mucho menor que el normal y, frecuentemente, por un retraso mental considerable.
La función de este gen está relacionada con la simetría de las células después de la mitosis y, por razones que aún no están claras, con el tamaño del cerebro. La expansión de este órgano en el linaje humano hace unos dos millones de años parece estar relacionada con la evolución de este gen.
Lo cierto es que MCPH1 ha sido introducido en macacos y los autores reportaron un cierto aumento de las capacidades mentales de los monos genéticamente transformados. Sin embargo, la técnica empleada no permitía remplazar la copia del gen del macaco por la humana, sino que introducía un cierto número de copias extra de la humana sin eliminar la original. Por tanto, se trata de un experimento un tanto crudo, aunque prometedor.
¿Cómo sería la vida de este chimpancé hipotético, capaz de hablar, pero sin poder integrarse en la sociedad de los humanos? ¿Tal vez se parecería a la del superdotado y amargado César, el protagonista de la película El origen del planeta de los simios?
Quizá no sea una buena idea intentarlo.
Pablo Rodríguez Palenzuela no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.