Aunque muchas personas estén ya familiarizadas con la Tierra Media y los pobladores de sus cuatro edades, gracias a la difusión que tuvieron en su día los libros de J. R. R. Tolkien y posteriormente las películas y series basadas en ellos, el proceso de creación seguido por Tolkien no es tan conocido.
La Tierra Media y sus moradores no empezaron siendo ideas: su origen está en la invención de palabras. Y alrededor de dichas palabras fue surgiendo todo lo demás. Esto generó una serie de vicisitudes cuando se trata de trasladar esa obra imponente a otros idiomas.
Traducción y creación, de la mano
Cuando se trata de explicar las particularidades de la traducción literaria, la narrativa de Tolkien esconde varias sorpresas que van más allá del trabajo traductor con un texto aislado: el proceso de creación y el estilo están estrechamente unidos al proceso de traducción.
En su persona y su obra encontramos el ejercicio definitivo de una serie de prácticas propias de la traducción puestas al servicio del método literario inventado por él: la subcreación.
La Comarca, ‘calco’ de Inglaterra
El proceso de subcreación es una forma de traducción. Tom Shippey, el mayor especialista en Tolkien, afirma que la forma más sencilla de definir su proceso creativo es a través del calco. El calco es “un término lingüístico que implica la traducción de los elementos de una palabra compuesta uno por uno”.
Es además un procedimiento de traducción. Por ello, continúa Shippey, la Comarca sería un calco de Inglaterra, se inspira en ella y se le parece, pero no es lo mismo, ya que tiene entidad propia como lugar ficticio. Y calcos son también muchos nombres propios de personajes, palabras y lugares.
Escritor y profesor
Tolkien solía decir que primero creaba una palabra y que después escribía una historia para ella. En consecuencia, los primeros pasos del proceso de subcreación son claramente lingüísticos.
Pero la actividad creadora no concluía con la finalización del relato. Al Tolkien creador le sucedía el Tolkien profesor, deseoso de explicar en qué consistían las particularidades lingüísticas de su invención mediante apéndices y documentos complementarios. El apéndice dedicado a las lenguas de la Tierra Media de El señor de los anillos es el ejemplo más conocido.
Tolkien traductor
Sabemos que Tolkien tradujo algunas de las obras más importantes de la literatura medieval británica. Por lo tanto, debemos suponerle familiarizado con los procedimientos de la traducción. No es extraño, pues, que estos procedimientos de traducción formen parte de su proceso de subcreación.
El poeta y crítico del XVIII S. T. Coleridge ya señalaba al lenguaje como artífice principal de la “imaginación secundaria” dado su poder transformador de la realidad a través de las metáforas o imágenes relatadas.
Tolkien tenía presente la naturaleza cambiante del lenguaje y la influencia del mito en la forma, aspectos que trasladó a la subcreación de la Tierra Media mediante los dialectos élficos Quenya y Sindarin, entre otros. Recordemos que la Tierra Media es un mundo secundario completo, independiente del nuestro (o primario), pero basado en él y transformado mediante el lenguaje.
La ‘escuela Tolkien’
Tan minucioso proceso creativo fue tutelado por Tolkien durante toda su vida. Incluso vigiló la corrección de las traducciones de sus obras a otras lenguas y estableció normas precisas.
Esto tuvo importantes efectos en el género de la fantasía épica en general: dichas normas se convertirían de forma más o menos tácita en el método adoptado para la traducción de otras obras y autores que siguieron la senda del maestro. Incluso hoy su observancia se puede comprobar en la traducción de las más recientes series de televisión basadas en esos legendarios libros.
El ‘Hobito’ y otros errores iniciales
Fueron precisamente los errores cometidos en algunas ediciones extranjeras de El hobbit los que propiciaron que Tolkien se decidiera a facilitar el trabajo a los traductores con vistas a la publicación de El señor de los anillos con una guía oficial.
Primero, las traducciones al sueco y al holandés de El hobbit y, posteriormente, la correspondiente al español publicada en Argentina con el título de El hobito, plagada desde su misma portada de un buen número de errores conceptuales y lingüísticos, marcaron un punto decisivo para el autor.
La confusión en los términos (además de otras sugerencias como la de cambiar la “h” de “hobito” –muda en español– por “j”) provocó la intervención de Tolkien.
Evitar aberraciones
Así se refleja en su carta 239 dirigida a sus editores en Gran Bretaña, en la que afirmaba no querer “perturbar al traductor, o a ustedes, con la larga explicación que hace falta para dar cuenta de esta aberración”.
Desencuentros como estos mostraron a Tolkien la dura realidad. Evidentemente, él era el mayor especialista existente en los entresijos de la Tierra Media. En cambio, los traductores de su obra no solo estaban lejos de poseer su conocimiento, sino que en ocasiones eran completamente ajenos a las características de ese mundo y a sus bases culturales.
Nuestro autor se dio cuenta de que los traductores no solo necesitaban indicaciones precisas para la denominación de buena parte del legendario. También precisaban un buen punto de partida desde el que afrontar su trabajo.
La respuesta estaría en la información detallada sobre forma y contenido y, en concreto, en la determinación correcta del oestron o lengua común de la Tierra Media.
¿Bolsón o Baggins?
Al comenzar la lectura de la versión en español de una obra de Tolkien, y en especial de El señor de los anillos, nuestra impresión puede ser que, al tratarse de una traducción del inglés, el oestron es también inglés.
Por ello, puede resultar incongruente encontrarse con apellidos como Bolsón o Sotomonte, y lugares como Cuernavilla o Acebeda dentro de un marco que, a priori, se supone anglosajón.
Sin embargo, tal suposición no concuerda con la idea original de Tolkien acerca de la verdadera naturaleza del oestron y, por consiguiente, de la profusión de calcos que pueblan las traducciones.
Baggins, de bag; Bolsón, de bolso
El propio Tolkien se encargó de facilitar las soluciones a los problemas lingüísticos que su obra suscitaba, bien como parte integrante de la misma (los ya mencionados Apéndices) o en publicaciones posteriores.
Los nombres en inglés deben traducirse a las lenguas “meta” según su significado y en la medida de lo posible. Siguiendo con esa misma pauta, Tolkien orienta también la traducción de nombres propios y palabras que, si bien no son inglesas al cien por cien, sí llevan implícitos significados bastante claros.
Así, por ejemplo, “Baggins”, creado a partir de la palabra bag, debe contener en su equivalente traducido algún elemento que signifique “bolsa”.
Bajo esta perspectiva, el tema de los calcos queda resuelto y, de paso, también el proceso de subcreación lingüística, origen principal de la Tierra Media.
Tolkien demostró así que las palabras son suficientes para construir uno de los mayores entramados de la fantasía épica que jamás hayan existido.
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