Este domingo 2 de octubre Brasil acude a las urnas para elegir a su nuevo presidente. Lo que está en juego es la supervivencia de la democracia brasileña frente a los ensueños autoritarios de Jair Bolsonaro (Partido Liberal) en su apuesta por la reelección.
Bolsonaro aparece en segundo lugar en las encuestas, con el 33 % de intención de voto, detrás del expresidente Luíz Inácio Lula da Silva (Partido de los Trabajadores), quien las lidera con el 47 %. Si los pronósticos de las encuestas se confirman en las urnas, Lula podrá alcanzar la mayoría de los votos válidos, hecho que lo elegiría sin la necesidad de una segunda vuelta.
El descrédito de Bolsonaro
Ante la creciente dificultad para ser reelegido, Bolsonaro utiliza su mente autocrática para pervertir el juego democrático. En una muestra de abuso de poder, Bolsonaro usó las celebraciones del bicentenario de la independencia de Brasil, el pasado 7 de septiembre, para hacer campaña política.
En dichas celebraciones en Brasilia, y en presencia de los presidentes de Portugal, Cabo Verde y Guinea Bissau, Bolsonaro ignoró el bicentenario e impuso su discurso. Este exaltó ficticios logros de su gobierno, comparó a su pareja con las esposas de sus contrincantes, aconsejó a sus votantes varones buscar una “princesa” y, refiriéndose a sí mismo, creó un neologismo sexual vulgar, “imbrochável” (algo como “soy potente” / “empalmable”), para aludir a su rendimiento sexual.
El polémico secuestro del festejo tuvo el efecto contrario al esperado por Bolsonaro: dos de cada tres brasileños creen que el presidente manipuló las celebraciones para su propio beneficio.
Aún con los reproches de los brasileños a su forma de hacer campaña, en su reciente visita a Londres para el entierro de la reina Isabel II, desde el balcón de la embajada brasileña rompió el contexto de luto y se dirigió en tono festivo a sus seguidores concentrados frente a la representación diplomática. Como de costumbre, en su discurso atacó a sus opositores políticos y desacreditó los resultados de las encuestas.
Ante la insistencia de Bolsonaro en movilizar la calle para exhibir fuerza, los brasileños manifiestan gran preocupación por el uso de la violencia política. El 67,5 % de los brasileños tienen miedo de sufrir alguna agresión el día de las elecciones. Este miedo impactará en la abstención de los votantes, toda vez que el 9 % considera no votar ese día por temor a la violencia.
Probable fracaso
Con un probable fracaso electoral, la única estrategia que le queda a Bolsonaro es la propagación del miedo. Aumentó el gasto social en los últimos meses y atenuó su discurso misógino. Aun así, no ha logrado mayor apoyo entre la población más pobre –(53 % del total de los votantes)– ni entre las mujeres –52,6 % del total de los votantes–. En estos dos segmentos, Lula tiene la mayoría de sus votantes.
Siguiendo el guión de Donald Trump, la deslegitimación de las instituciones electorales también forma parte de su estrategia: en el último año, sin presentar pruebas, atacó el sistema de votación brasileño, indicando que las urnas electrónicas y el conteo de votos no son fiables. Con la perspectiva de la derrota en las urnas y su creencia de que “solo Dios” le quita de la presidencia, es probable que sus despropósitos continúen.
Bolsonaro sufre un gran desprestigio entre los brasileños. Lo cierto, y tal como indican las encuestas, es que Bolsonaro tiene tres problemas. Primero, el 50 % de los votantes sostiene que nunca cree en lo que dice el presidente. Segundo, el índice de rechazo que padece Bolsonaro es del 52 % del electorado. Tercero, el 44 % considera a su gobierno “malo” o “muy malo”.
La fuerza de Lula
La confortable ventaja de Lula en las encuestas no se debe apenas a la imagen negativa de Bolsonaro. El discurso más moderado de Lula ayuda al expresidente a ampliar su número de adeptos y él capta el apoyo de políticos de distintas orientaciones ideológicas. En este contexto, Lula lidera la creación de lo que parece ser una amplia coalición contra Bolsonaro y emerge como el nuevo líder de lo que se llama la “tercera vía” brasileña.
Pese el liderazgo de Lula en las encuestas, el expresidente tiene un elevado índice de rechazo entre los votantes que ganan más de dos salarios mínimos. Mientras el índice de rechazo total del expresidente es del 39 %, este rechazo alcanza el 41 % entre los votantes que ganan entre dos y cinco salarios mínimos y crece conforme aumenta la renta del votante.
Aprovechándose de esta debilidad del expresidente, Bolsonaro explota en su campaña el escándalo de corrupción en que Lula se ha visto involucrado desde 2014. Este esquema de corrupción fue destapado por un grupo anticorrupción de la fiscalía conocido como “Operación Lava Jato” y llevó Lula a la cárcel en 2018, hecho que impidió su candidatura en las elecciones presidenciales hace cuatro años. En 2021 la Suprema Corte consideró los juicios contra Lula inválidos llevando a la anulación de sus condenas.
El encarcelamiento de Lula todavía está presente en la memoria de los brasileños. Sin embargo, Bolsonaro también está asociado a la corrupción: el 69 % del electorado cree que hubo corrupción en su gobierno. Además, a diferencia de Bolsonaro, Lula ha logrado consolidar una imagen positiva en parte del electorado. La actual motivación conciliadora de Lula, su capacidad histórica de tejer acuerdos políticos y el alto índice de aprobación de sus gobiernos (2003-2011) impulsan la campaña del izquierdista.
Lula entra en la recta final de la campaña con el objetivo de disminuir la abstención electoral para obtener más del 50 % de los votos válidos y ganar las elecciones en la primera vuelta. También con este propósito, Lula intenta ganar el “voto útil” del electorado que prefiere a otros candidatos con pocas posibilidades de victoria pero se inclina a cambiar de candidato para finalizar las elecciones en la primera vuelta.
Algunas encuestas indican que Lula empieza a atraer el “voto útil” de adeptos de Ciro Gomes (Partido Democrático Laborista), un exministro de Economía que empezó su campaña autodenominándose representante de la “tercera vía”.
El deseo de un nuevo horizonte político
El optimismo de cara al futuro está claramente asociado al éxito político de Lula: el 44 % de los brasileños considera que sus vidas cambiarán a mejor bajo un gobierno Lula, frente al 21 % que acredita que sus vidas mejorarán en el caso de que Bolosonaro siga como presidente.
La incapacidad del actual presidente de evitar el triunfo electoral de Lula revela la decadencia del bolsonarismo. Las insuficientes políticas sociales, el mal manejo de la pandemia de la Covid-19, la falta de transparencia en la gestión pública y la erosión de instituciones democráticas durante el gobierno de Bolsonaro han despertado un nuevo deseo de cambio entre los brasileños.
Aunque el actual contexto de violencia política siembre dudas sobre cuál será la reacción de Bolsonaro a su fracaso electoral, la voz mayoritaria de las urnas y las perspectivas de un futuro más optimista para Brasil prevalecerán.
Helder do Vale no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.