Durante milenios, la mayoría de los humanos aceptamos la muerte como una parte natural del proceso vital. Estábamos reconciliados con ella y celebrábamos conjuntamente rituales que integraban este fenómeno biológico en la vida colectiva. En la Europa monoteísta medieval, por ejemplo, la muerte era un hecho cotidiano que se tendía a interpretar como una liberación de las cargas de la vida física. Tras ella, nuestra alma podría acceder a un estadio superior.
Pero la perspectiva ha cambiado. El auge de las ideologías humanistas ha convertido al individuo en objeto de culto, en el centro del Universo tal y como ahora lo percibimos. En la sociedad occidental actual tendemos a ver la muerte como una interrupción inesperada de todo lo que la ha precedido, más que como una parte inexorable y previsible del ciclo vital.
La muerte, sobre todo si es repentina y no se trata de una persona muy anciana, suele considerarse como un acontecimiento trágico del que se habla poco o nada y, en todo caso, con una cautela especial.
Morimos en hospitales
La medicina, la higiene, el desarrollo científico en general y, sobre todo, la sanidad como institución intervienen decisivamente en nuestra percepción del final de la vida. La muerte desaparece de la vida cotidiana y se esconde detrás de las paredes de los centros sanitarios. Muchas personas mueren solas y abandonadas en los hospitales u otras instituciones y, en el mejor de los casos, sus cadáveres hacen una breve estancia en un aséptico tanatorio justo antes de ir al cementerio o al crematorio.
Los miembros de las sociedades occidentales nos sentimos incómodos –en diferentes grados y de maneras diversas, claro está– a la hora de hablar sobre la muerte y, por tanto, tendemos a evitar las palabras que se relacionan directamente con ella y a desarrollar y usar eufemismos en cada una de nuestras lenguas.
Ni siquiera los ámbitos sanitarios, con una intensa especialización profesional y un alto grado de familiarización con el final de la vida, escapan a esa tendencia a suavizar el efecto que provoca hablar o escribir sobre la muerte. A menudo es el personal médico mismo quien, a pesar de su formación profesional, necesita recurrir a un lenguaje indirecto para poder asumir el impacto emocional de los pacientes que mueren estando a su cargo.
Los forenses dicen “morir”, los médicos dicen “expirar”
En nuestra investigación, además de los eufemismos generales que los profesionales sanitarios pueden usar en la comunicación con pacientes y familiares, hemos analizado el uso de léxico técnico para referirse a la muerte. Nos hemos centrado en los géneros de los casos clínicos académicos (dirigidos a un público profesional especializado) y de los casos clínicos literaturizados o cuentos clínicos (dirigidos al público general y con características literarias y de divulgación científica).
En los casos clínicos académicos, hemos encontrado un tratamiento diferenciado de la muerte entre aquellos que la tienen como objeto de estudio y los que estudian una enfermedad o un tratamiento y donde la muerte aparece como un acontecimiento más, pero no necesariamente el principal.
Dentro del primer grupo de textos, a menudo pertenecientes a la medicina forense, predomina el uso sin eufemismos de la palabra muerte, que suele aparecer ya en el título.
En el segundo grupo, en cambio, la muerte no es el objetivo de la presentación, sino una circunstancia sobrevenida que no aparece nunca en el título y a la que se refiere con eufemismos como “expirar”.
Este eufemismo no tiene ningún significado específico, ni aporta ninguna información extra, aparte de que el paciente haya muerto. En la mayoría de los textos en que se usa, no se trata de la muerte súbita de un paciente que acaba de llegar al hospital, sino más bien de casos seguidos de muy cerca y durante un tiempo por los profesionales sanitarios, que han estado haciendo pruebas, diagnósticos, medicaciones, operaciones u otros tratamientos.
Por lo tanto, es un proceso de seguimiento y de lucha por la vida del paciente, durante el cual su estado empeora y, finalmente, acaba con la muerte.
Exitus: ¿terminología o eufemismo?
Uno de los tecnicismos más recurrentes para representar la muerte en los casos clínicos es la palabra exitus (una abreviación de la locución latina exitus letalis). A primera vista, referirse a la muerte como exitus podría parecer únicamente un eufemismo sofisticado, sobre todo para un lector ajeno al mundo médico. Pero se trata de un latinismo que se refiere a la muerte como resultado de una enfermedad, especialmente cuando se produce en instalaciones de un hospital, que asume las responsabilidades legales que se derivan.
Por tanto, el término, además de referirse a la muerte, también contiene en su significado una alusión a las circunstancias (en el transcurso de una enfermedad) y el espacio (el hospital) en que se ha producido, además del asunto de las repercusiones legales. Cuando la muerte se convierte en exitus es porque la ha presenciado y la describe un profesional sanitario.
Es difícil dibujar la frontera entre el uso eufemístico de los tecnicismos y la pulsión de emplearlos por exigencias del registro. Los casos clínicos son publicaciones en las que se espera de los médicos un registro formal y técnico. ¿Están empleando exitus por muerte de la misma manera que dicen xerostomía en lugar de boca seca? ¿O influye también el hecho de que se hable de una persona concreta, más o menos conocida, aunque quede escondida su identidad? Los dos factores se combinan en proporción variable para dar como resultado la práctica desaparición de la palabra muerte de estos textos.
La muerte en la literatura divulgativa
Tanto cuando la mencionan como cuando se refieren a ella con eufemismos o tecnicismos, los casos clínicos académicos que hablan de la muerte no la cuentan sino que informan de ella. Es decir, que la abordan en términos lo más objetivos posible, sin concesiones literarias de ningún tipo.
Obviamente, la estrategia utilizada en los casos clínicos literaturizados es totalmente diferente. Los pacientes se convierten en personajes –anónimos o disfrazados bajo nombres ficticios– que necesitarán todo tipo de caracterizaciones para dar vida a un texto literario. Y en este contexto, el autor no puede dejar pasar la muerte como un elemento que añadirá dramatismo al texto.
Cuando Oliver Sacks, por ejemplo, nos cuenta el caso de Bhagawhandi, una chica india de diecinueve años con un tumor maligno en el cerebro, nos encontramos ante una narración con profusión de recursos literarios y un estilo que podríamos calificar incluso de poético. En ella se reproduce una metáfora, utilizada por la paciente y continuada por los demás personajes, según la cual la muerte sería un viaje de regreso a la India.
Sin duda, esta manera de contar la muerte quiere provocar emociones. Así, la muerte se convierte en un recurso al servicio de la estilística y de literatura, en un acontecimiento que se cuenta para causar un determinado efecto en los lectores.
En definitiva, si los casos clínicos académicos tienden a informar de ella en un tono aséptico y evitan llamarla por su nombre, en los literaturizados este acontecimiento se convierte en un elemento de desarrollo dramático. Solo los forenses abordan explícitamente la muerte, a menudo ya desde el mismo título de sus informes, y no rehúyen llamarla por su nombre.
Este artículo se enmarca en los proyectos de investigación “La construcción discursiva del conflicto: territorialidad, imagen de la enfermedad y las identidades de género en la literatura y en la comunicación social” (FFI2017-85227-R), del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, Gobierno de España, y “Análisis crítico de las estrategias narrativas con aplicación preferente al ámbito sociocultural valenciano contemporáneo” (UJI-B2021-22), de la Universitat Jaume I. La autora recibe financiación del Ministerio de Universidades y de la Unión Europea (NextGenerationEU), mediante un contrato postdoctoral Margarita Salas de la Universitat Jaume I (MGS/2021/04).