Durante años hemos escuchado palabras y expresiones como “ninfomanía”, “adicción al sexo” o “hipersexualidad”, entre otras, para hablar de aquellas personas que sufrían de un deseo sexual “excesivo o exarcebado” o una falta de control en sus comportamientos sexuales. Si bien es cierto que estas palabras han tenido cierto recorrido, hoy en día son términos anticuados.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó después de mucho trabajo en 2018 la etiqueta “Trastorno por Comportamiento Sexual Compulsivo (TCSC)” para denominar la enfermedad de aquellos pacientes que acuden a consulta con un descontrol en su conducta sexual que no pueden parar.
¿Cómo son estas personas?
Los criterios de esta clasificación incluyen a personas que:
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Han perdido el control de sus conductas.
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Se esfuerzan en abandonar los comportamientos sexuales y no pueden dejarlos.
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No obtienen placer de estas experiencias.
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Tienen consecuencias graves en las diferentes áreas de su vida durante más de 6 meses.
La OMS hace referencia a que esta problemática no se explicaría por un juicio moral, es decir, que el simple hecho de que a una persona algo no le parezca apropiado o moralmente bueno no explicaría que exista una patología clínica y susceptible de diagnóstico.
“El sexo se ha vuelto un ansiolítico para mí. Cada vez que sufro y ya no puedo más, la sexualidad se convierte en mi refugio”, me comentaba un paciente de 45 años. Es habitual observar cómo los pacientes utilizan las conductas sexuales (pornografía, prostitución, chats o webcams sexuales) para regular su mundo afectivo. Cuando los pacientes con estas dificultades no saben gestionar sus emociones acuden al sexo a buscar su serenidad.
Aunque todavía es necesaria más investigación, el TCSC afecta alrededor de un 10,3 % de varones y al 7 % de mujeres de la población general, según el libro Conducta sexual compulsiva: Una mirada integral. Guía para profesionales. Alrededor de un 87 % de los pacientes tiene dificultades con el control del uso de pornografía y entre un 15-20 % conductas sexuales como sexo de pago o infidelidades.
¿En qué afecta a quienes lo sufren?
Las personas que padecen estas dificultades pueden ver afectadas las diferentes áreas:
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Personales: el modo de pensar y entender la sexualidad está distorsionado y aparece la pérdida de autoestima y confianza en uno mismo, sentimientos de incapacidad, alteración del bienestar espiritual, malestar personal, humillaciones o desprecios, vergüenza, culpa y falta de desarrollo de la identidad personal.
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Económicas: pérdidas de empleo, gastos de dinero excesivos o improcedentes, chantajes y fraudes.
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Interpersonales: rupturas sentimentales, pérdida de confianza de otros, alteración o dificultades en las relaciones interpersonales, daño emocional a otros, aislamiento social, fallos en el cuidado de una persona querida, rupturas matrimoniales o de pareja y pérdida de amistades.
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Médicas: enfermedades de transmisión sexual, relaciones sexuales físicamente no saludables, disfunciones cognitivas, psicopatologías, disfunciones sexuales y empeoramiento de la salud.
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Otras: problemas legales (denuncias, detenciones), comportamientos irresponsables, renuncia a metas u objetivos importantes, expulsión de organizaciones, asociaciones, etc. y deterioro de la imagen pública.
Los estudios neurobiológicos más destacados han observado que el trastorno por comportamiento sexual compulsivo muestra alteraciones similares en el cerebro a las que provocan otras adicciones a sustancias y/o comportamientos. Los centros cerebrales relacionados con la recompensa y la dopamina pueden deteriorarse debido a este descontrol sexual. Además, las áreas del cerebro que regulan el autocontrol, la planificación, la atención y la empatía pueden verse alteradas según se observa en los estudios más recientes.
Cómo reconocer el trastorno
Algunas claves que nos pueden ayudar a sospechar que una persona sufre este trastorno son:
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Presenta rasgos de impulsividad, incapacidad para retrasar la gratificación o falta de control inhibitorio.
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Cambios en el estado de ánimo como irritabilidad, síntomas depresivos, ansiedad o inestabilidad.
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Presencia de enfermedades de transmisión sexual.
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Dependencia de las tecnologías.
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Bajo rendimiento académico o laboral y absentismos frecuentes.
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Consumo de drogas (alcohol, tabaco, cannabis y otras sustancias).
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Dificultades en la regulación emocional.
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Fuerte inclinación a buscar novedades o sensaciones novedosas.
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Dificultades para la expresión emocional.
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Lenguaje excesivamente sexualizado.
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Problemas de estabilidad en la pareja, infidelidades, etc.
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Poco interés en las relaciones sexuales con la propia pareja.
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Baja o nula formación sexual o una gran culpa respecto a sus actos sexuales.
Pero hay salida. Aunque el camino es largo y requiere de conciencia, motivación, fortaleza, soporte, paciencia, cariño, ayuda y dedicación, la salida sí existe. En los últimos años se han mostrado diferentes tratamientos eficaces para ayudar a estas personas, que incluyen la terapia individual (desde diferentes corrientes, aunque destaca la eficacia de la terapia cognitivo conductual), las terapias de grupo y, en ocasiones, la terapia farmacológica. Estos tratamientos ayudan a regular las conductas y controlar los impulsos, además de a reaprender una sexualidad sana y vivir una vida más libre.
También existen algunas formaciones que pueden ayudar a a orientar sobre cómo hacer un abordaje adecuado de esta gran desconocida todavía para muchos profesionales de la salud.
Alejandro Villena Moya no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.