Los relatos forman parte de nuestras vidas y tienen un extraordinario poder: a través de ellos construimos nuestras creencias y nuestros valores y organizamos nuestras vidas. Afectan a nuestras mentes y nos hacen pensar, sentir y actuar. Las nuevas aplicaciones tecnológicas, unidas a cambios profundos en la concepción de la realidad, son a la vez una posibilidad y una amenaza.
Somos microcosmos que respondemos a la realidad macrocósmica
Los seres humanos tenemos en nosotros las huellas de todas las fases que ha recorrido nuestro Universo desde su origen.
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Somos materia y energía, sujetos a las leyes de la física y la química.
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Como seres vivos participamos de esa extrema complejidad que observamos ya en organismos unicelulares y tenemos voluntad de vida, buscando siempre el equilibrio dinámico en relación con nuestro entorno.
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Al igual que el resto de los mamíferos, hemos desarrollado un complejo sistema perceptivo y emocional presidido por los principios de búsqueda de placer y evitación del dolor.
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Finalmente, gracias al desarrollo de nuestro neocórtex, que posibilitó la emergencia de una forma peculiar de racionalidad en relación constante con la emocionalidad, nos caracterizamos por la conciencia y la voluntad de sentido.
Los relatos y la búsqueda del sentido
En esta última dimensión, la necesidad de encontrar un sentido a los enigmas y acontecimientos que nos rodean, debemos inscribir la importancia del lenguaje y nuestra capacidad de construir relatos; relatos que pueden referirse a hechos (factuales, sean verdaderos o falsos) o que pueden ser fruto de la imaginación (ficcionales). Unos y otros afectan a nuestra representación mental, que transforma en realidades construidas lo real que tenemos delante y que, en última instancia, no podemos conocer del todo.
Narrar es una necesidad radical de los seres humanos. Por ello hablamos de “narratividad o relatividad ontológica”: contar como consecuencia de estar en el mundo. Y desde las etapas más tempranas de nuestra existencia, los relatos tienen una función esencial: dar forma a nuestra mente. A veces, con dinámicas de conformidad y conformismo que nos parecerían inexplicables de no ser por la importancia de dichos relatos.
Los relatos tienen poder: “solo el que cuenta, cuenta”, decía Eduardo Galeano. Y por ello una de las formas de confrontación de nuestro tiempo es el conflicto de las interpretaciones. Basta analizar las dinámicas de storytelling en los medios de comunicación y en los discursos económicos y políticos. Una interpretación determinada de los hechos, sea verdadera o falsa, tiene influencia y poder sobre los ciudadanos. Por ello las fuerzas económicas, políticas y mediáticas luchan por imponer su propia interpretación, aunque a veces sepan que es falsa.
Los (meta)relatos de legitimación
No todos los relatos son iguales. Los relatos míticos tenían (y aún tienen) una función muy especial: ofrecer un marco de respuestas para organizar los preceptos de nuestro vivir y aceptar las contrariedades de la vida, remitiendo a acontecimientos sucedidos en un origen primordial (in illo tempore, en aquel tiempo), que marcaban y condicionaban para siempre la existencia humana.
Los relatos conformaban las mentes a través del vínculo de la adhesión incondicional que supone la fe, influyendo de esta manera en la construcción de un orden social en el que se acepta el infortunio o la injusticia remitiendo a un orden o una voluntad que nos excede.
El proyecto euro-occidental de la modernidad intentó superar esas metanarrativas gracias a la racionalidad y con el instrumento fundamental de la ciencia. Hoy sabemos que esto era también un metarrelato de legitimación con la mitificación de ideas esenciales como razón, orden, progreso, historia, revolución. Este proyecto hoy se encuentra en una profunda crisis y reformulación.
Los nuevos relatos de la “transmodernidad”
No resulta nada extraño que, en plena crisis y superación de la modernidad, los relatos cambien, sus dinámicas se modifiquen, sus contenidos se hibriden, y que se produzcan alternativas de sacralización o secularización de los relatos.
Nuevas formas de contar la realidad (relatos factuales, porque se refieren a hechos), pero también nuevas formas de ficcionalidad (impulsadas por nuestra capacidad de imaginación y fantasía) caracterizan el complejo momento que estamos viviendo.
Las profundas innovaciones tecnológicas han acelerado lo que en la actualidad denominamos Nuevas Narrativas que, al utilizar diversas posibilidades (relatos verbales orales y escritos, cómic, discursos cinematográficos y televisivos, redes, podcasts, realidad virtual, etc.), reciben el adjetivo de transmedia.
Desde que Henry Jenkins acuñara la noción de “narrativa transmedia” y sus siete principios, muchas de las cuestiones planteadas se han radicalizado.
El uso y abuso de algunas narrativas para condicionar y forzar la voluntad popular se está viendo en los últimos años en acontecimientos de dimensión planetaria como la llegada de Trump a la Presidencia de Estados Unidos, el Brexit, o la manipulación impulsada por el complejo sistema de intereses en torno a Putin para debilitar las democracias occidentales en una involución sin precedentes hacia el fascismo y a través del control mediático.
Las nuevas narrativas ofrecen muchas posibilidades para el empoderamiento de los que han pasado de ser usuarios de los medios a ser produsuarios, con una innegable dimensión participativa. El procomún colaborativo, las redes solidarias, el uso de las tecnologías para hacernos conscientes de la emergencia climática del planeta o para desvelar y denunciar corrupciones y abusos tiene su contrapunto en la inmersión cada vez mayor de muchos ciudadanos en redes de mentiras, de fakes, en el debilitamiento de un horizonte de verdad en el que los discursos de ficción contaminan los discursos factuales sobre la realidad.
El antídoto de todo ello se llama alfabetización mediática. Y es necesaria para que no “formateen” ni controlen nuestras mentes. Sigue siendo fundamental aspirar a un horizonte de verdad, discernir lo verdadero de lo falso y no aceptar que las mentiras terminen gobernando nuestras vidas.
Manuel Angel Vázquez Medel does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.