Para algunos, la muerte puede ser un movimiento profesional inteligente. El grado de inteligencia depende en gran medida de quién sea uno y de cómo muera. Ahora que se cumple el 60º aniversario de la muerte de Marilyn Monroe, podemos aprender algunas lecciones sobre el arte y las implicaciones que tiene el fallecimiento de una gran personalidad pública.
Como ocurre con cualquier icono, la marca de Marilyn Monroe trasciende con mucho a la Marilyn Monroe persona, y más aún a Norma Jeane Mortenson, como era hasta 1946.
Monroe ha sido mencionada en anuncios de queso, coches y whisky, y en múltiples vídeos musicales. Presta su nombre a un grupo de metalcore cristiano, a una colección de joyas y a un par de rascacielos en Ontario. Es objeto de innumerables obras de arte visual, como caricaturas, collages e impresiones digitales.
Su imagen visual ha sido un tema recurrente para los artistas, sobre todo para Andy Warhol, que realizó varias obras con imágenes de su rostro, y que encarnó a la propia Marilyn en unas fotografías de Christopher Makos.
A su vez, las representaciones de Warhol se han convertido en referentes para artefactos posteriores, como una figura de plástico de 70 cm de altura, una zapatilla Nike Warhol/Monroe AirMax personalizada y una reproducción de Lego de 3 000 piezas.
Y ahora es objeto de una película biográfica de Netflix de 22 millones de dólares, protagonizada por Ana de Armas, basada en el relato ficticio de su vida de Joyce Carol Oates publicado en 2000. ¿Por qué perdura esta fascinación tantas décadas después de su muerte?
Tormenta perfecta
Monroe se dio a conocer como una “rubia explosiva”, una glamurosa modelo pin-up y actriz/cantante de Hollywood que fue el foco favorito de la voraz mirada masculina de mediados del siglo XX. Pero no fue en absoluto la primera, siguiendo los pasos de Mae West y Jean Harlow. Tampoco fue la última: Anita Ekberg, Jayne Mansfield, Kim Novak y Doris Day vinieron después. ¿Qué es lo que eleva a Monroe por encima de la mera celebridad al estatus de icono?
En vida, Monroe fue ensalzada como una de las estrellas más rentables de la época, con la garantía de atraer al público a cualquier evento. Por ejemplo, utilizó su propio atractivo para ayudar a impulsar la carrera de Ella Fitzgerald, sobornando a los reticentes propietarios del club de jazz Mocambo con la promesa de aparecer en primera fila cada noche si se arriesgaban con la talentosa cantante negra.
Monroe alcanzó tal popularidad gracias a una tormenta perfecta de biografía y contexto cultural, un potencial que supo capitalizar con una astuta gestión de su imagen.
De hecho, es la reinvención radical de su apariencia lo que ayuda a explicar su atractivo. En el cambio de Norma Jeane a Marilyn, de morena como la chica de al lado a rubia de peróxido cegador, y de tartamuda a seductora vocal, también pasó de víctima a agente.
Norma Jeane creció en hogares de acogida y orfanatos, durante los cuales sufrió abusos sexuales y su madre fue hospitalizada por esquizofrenia paranoide. Como Marilyn Monroe, tomó el control de su marca, utilizó su atractivo sexual para construir su carrera y fundó su propia productora, algo poco habitual para una mujer en aquella época.
Esa transformación es un sello clásico de los iconos, como Elvis Presley, Maria Callas, Aretha Franklin y Dolly Parton. Para Monroe, como para otras, la capacidad de superar la adversidad era humanizadora e inspiradora.
Emblema y novia de Estados Unidos
La imagen particular que construyó también era importante, ya que su pelo rubio platino era una sorprendente garantía de americanidad en un momento en que la propia identidad americana estaba siendo ferozmente protegida.
El apogeo de la popularidad de Monroe coincidió con la intensificación del movimiento por los derechos civiles en EE. UU., con la histórica decisión de Brown contra la Junta de Educación de 1954 (que dictaminó que la segregación de niños blancos y negros en las escuelas era inconstitucional), seguida rápidamente por la famosa negativa de Rosa Parks a ceder su asiento en el autobús en 1955.
El brutal linchamiento de Emmett Till de ese mismo año, y sobre todo la insistencia de su madre de mantener el ataúd abierto, impulsaron aún más las cuestiones relacionadas con los derechos civiles en la opinión pública. En este contexto, la blancura de Monroe parecía ser inequívocamente estadounidense, lo que reconfortaba a quienes se resistían al avance de la igualdad racial.
El otro gran escenario de las batallas por la identidad fue la guerra fría, en la que Monroe representaba una celebración de todo lo que la narrativa estadounidense insistía en que los soviéticos querían destruir. El ávido consumo popular de Marilyn era emblemático de la edad de oro del capitalismo nacida del auge económico de la posguerra.
La radiodifusión creció en importancia a medida que aumentaba el poder de la televisión. La industria de la comida rápida floreció con el crecimiento de las franquicias. Y en 1959, Mattel lanzó Barbie, la intersección de la producción en masa y la feminidad idealizada, esencialmente una Marilyn Monroe de plástico a tres dólares. Monroe personificaba todo lo que era despreocupado y agradable de la cultura popular occidental, todo lo que necesitaba ser protegido contra el avance del comunismo.
Un icono en la muerte
En última instancia, sin embargo, puede que sean las circunstancias de su muerte a los 36 años las que aseguraron a Monroe un lugar en el panteón de los iconos del siglo XX. La naturaleza inesperada y prematura de su fallecimiento es crucial, lo que significa que su estrellato funciona de forma diferente a, por ejemplo, Aretha Franklin, Dolly Parton o Madonna.
Lo más importante es que fue una muerte trágica que hablaba de demonios internos, no fue una resultante de “un acto de Dios”. Por tanto, la historia de Monroe se alinea con las de Amy Winehouse, Judy Garland y Whitney Houston, más que con las de Patsy Cline (accidente de avión), Jean Harlow (insuficiencia renal) o Jayne Mansfield (accidente de coche). Porque si hay algo más atractivo que una historia de pobreza a riqueza es la alegría que los chismosos encuentran en una historia de ricos caídos en desgracia.
Podría decirse que fue la forma en que las circunstancias de su vida se alimentaron de las de su muerte lo que nos hace volver a visitar a Monroe. Por su expresión sexual, ha sido reivindicada tanto por la segunda ola del feminismo como por su tercera ola (como emblema de la autodeterminación corporal).
El insaciable consumo mediático de Monroe en vida se ha reconfigurado como una historia para ser devorada por su público, de forma muy parecida a lo ocurrido con la princesa Diana. Y la obsesión de la era McCarthy por descubrir secretos se reflejó seguramente en los titulares cargados de interrogaciones que informaban de su muerte, invitando a todo tipo de teorías conspirativas inconfesables en torno a ella.
Puede que Marilyn Monroe muriera en 1962, pero en ese mismo momento nació una leyenda. Y aunque su vida sentó las bases de ese estatus legendario, fue su muerte la que la catapultó a la inmortalidad icónica.
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