Seguro que ha escuchado la expresión “de tal palo tal astilla” cuando alguien se refiere a que un hijo o una hija se parece mucho a su padre o madre. El interés por estudiar científicamente la influencia de la herencia sobre el comportamiento humano se remonta a mediados del siglo XIX, con Charles Darwin y su obra El origen de las especies (1859).
Sin embargo, el desarrollo de la personalidad depende de muchos factores que no solo tienen que ver con los genes. Por ejemplo, el psicólogo estadounidense Albert Bandura (1925-2021) ya demostró en los años sesenta un fuerte componente ambiental en la conducta, condicionada por la imitación a partir de los modelos y personas de referencia.
Falso dilema
A pesar de que es una cuestión superada para muchas personas, la disyuntiva entre genes y ambiente continúa suscitando debate. Sin embargo, se trata de un falso dilema, puesto que hay datos que muestran el peso de la herencia y estudios que enfatizan el peso del ambiente. Lo realmente importante es averiguar cuál es el mecanismo genético y cómo actúa el influjo ambiental.
El desarrollo humano parece depender de la relación bidireccional que se establece entre la complejidad biológica y la organización psicológica. Esto incluye no solo la actividad genética y neurológica, sino también la interacción con el entorno y con la experiencia vivida.
De esta forma, la manera en la que el individuo se relaciona con el ambiente (físico y social) puede determinar el curso de su desarrollo, incluso desde el útero materno. De hecho, el desarrollo prenatal va a depender de la interacción entre la madre y el entorno. Después, a medida que el individuo crece, su cerebro se va especializando y generando nuevas conexiones neuronales, en función de sus experiencias.
El ambiente pesa, y mucho
La realidad es que no se sabe al 100 % qué proporción de nuestro sistema de valores y de nuestras características psicológicas, como la inteligencia, la personalidad y la conducta, viene determinado por nuestra herencia genética y cuánto tiene que ver con la cultura, lo aprendido, el contexto social y temporal que nos envuelve y modela.
El investigador australiano Nathan Gillespie fijó en el 60 % la importancia del peso de la herencia en la personalidad de los humanos, aunque hizo mucho hincapié en los factores ambientales. Por un lado, está el entorno compartido, es decir, todo aquello que absorbemos de nuestra convivencia familiar y que las personas tienen en común. Y por otro, el no compartido, derivado de las experiencias individuales, la cultura y el ambiente.
Por tanto, los genes que los padres comparten con sus hijos e hijas no los hacen necesariamente mucho más similares que dos extraños, dado que el entorno será determinante.
Incluso los hermanos gemelos, genéticamente idénticos, muestran personalidades bastante diferentes. Concretamente, cuando se han puntuado sus rasgos de carácter mediante test, mostraban coincidencias de aproximadamente el 40 %. Entre extraños, este porcentaje de similitud no es mucho menor: se sitúa en torno al 33 %.
Si tenemos en cuenta que cada progenitor comparte un 50 % del material genético con su descendiente, frente al 100 % de los gemelos, nos daremos cuenta del relativo peso de la herencia paterna y materna en el carácter. Es lo que nos hace diferentes entre unos individuos y otros.
La herencia no es un destino inexorable
De todos modos, otros estudios con gemelos sí han demostrado que algunos rasgos de personalidad son moderadamente heredables y pueden predecir varios tipos de comportamientos a lo largo de la vida, incluidos ciertos trastornos mentales.
Sin embargo, el hecho de que pueda existir una heredabilidad alta no quiere decir que no pueda ser modificada por la experiencia. Esta influencia ambiental ha de ser estudiada teniendo en consideración las características organísmicas (el individuo considerado como un todo integrado) y el contexto, que no necesariamente es experimentado de forma similar por todos los hijos e hijas.
También se ha visto que en el caso de personas adoptadas con antecedentes familiares de psicosis, y que han sido educadas en un entorno familiar adoptivo disfuncional, tienen un mayor riesgo de desarrollar un trastorno del espectro psicótico.
Por el contrario, niños y niñas que crecen en familias donde predomina un ambiente de respeto, responsabilidad y amor, con normas y límites consecuentes, manifiestan un mayor bienestar emocional. Esto favorece un desarrollo psicológico óptimo en un futuro y desempeña un rol protector en la manifestación de futuros trastornos mentales.
El factor epigenético
Frente a este panorama han surgido modelos explicativos de desarrollo humano más holísticos o integrales. En este contexto se inscribe la epigenética, que estudia cómo las condiciones ambientales pueden activar o desactivar la expresión de determinados genes, sin que se produzcan modificaciones en la secuencia genética.
Esto ayudaría a entender cómo la presencia de hábitos perjudiciales en el embarazo se relaciona con un mayor riesgo de padecer enfermedades crónicas en la descendencia. O, como si de una memoria se tratara, los hábitos de nuestra vida afectan y tienen consecuencias en las siguientes generaciones.
Los estudios realizados sobre la gran hambruna china, el llamado invierno del hambre holandés o las condiciones de los prisioneros de la guerra de Secesión o guerra civil estadounidense han demostrado que la vivencia de esos episodios dejó cambios en la expresión de algunos genes –asociados al envejecimiento y la esquizofrenia, entre otros– y están afectando a las generaciones actuales.
Hoy, la epigenética está teniendo un protagonismo fundamental en la explicación y tratamiento de multitud de enfermedades y trastornos psiquiátricos.
Por tanto, la expresión “de tal palo tal astilla” no parece que sea generalizable. La dotación genética y los factores epigenéticos son determinantes para entender la conducta humana y la salud mental, pero el ambiente es una variable con mucho peso. Además, debemos tener en cuenta que esos factores externos no van a influir de la misma manera en todas las personas.
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