La voz de los principales personajes femeninos en el Quijote sigue mereciendo el mayor interés en nuestros días. Así se ha visto en el coloquio internacional dedicado a Dulcinea recientemente celebrado en El Toboso (Toledo). Así se vio en las reflexiones que los cervantistas dedicaron en 1998 y en el mismo lugar a la mujer en la obra de Cervantes. Y así se seguirá constatando, gracias a la plena vigencia de los principales elementos del universo literario cervantino.
Esta afirmación tiene especial sentido en el Quijote por la riqueza de su texto y por sus muchas recreaciones literarias y artísticas.
Las voces femeninas en el Quijote
¿Hablan todas las mujeres del Quijote? ¿Cómo hablan? ¿Qué dicen? En un momento como el actual, en el que las sensibilidades feministas y sus contrarias se afirman, reafirman y confrontan, es especialmente significativo recordar que Dulcinea del Toboso, la mujer por excelencia del Quijote, no tiene voz propia.
Sin embargo, otros personajes femeninos sí tienen discurso: desenfadadas y burlonas como la Tolosa y la Molinera, las mozas de vida disipada que le ciñen la espada y le calzan las espuelas a don Quijote en la parodia de su nombramiento como caballero; enamoradas y despechadas como Luscinda y Dorotea; ociosas y malintencionadas como la duquesa; fingidas como Altisidora o la condesa Trifaldi (la Dueña Dolorida); aún más fingidas si cabe como el paje de los duques que se hace pasar por Dulcinea; reivindicativas como Ana Félix o movidas por la fe sincera en don Quijote, como la dueña Rodríguez.
La voz libre y valiente de la pastora Marcela
Ninguna voz y ningún discurso, sin embargo, son tan valiosos e interesantes como la voz y el discurso de Marcela en el capítulo 14 de la primera parte de la novela.
Públicamente acusada por Ambrosio de la muerte de Grisóstomo, que se había enamorado de ella sin ser correspondido, Marcela aparece en el entierro de este para reclamar su libertad ante unas palabras tan graves como las que le dispensa el amigo de Grisóstomo, que la llama “fiero basilisco destas montañas”.
Lo que proclama Marcela es muy claro y muy rotundo. ¿Por qué razón es culpable de que Grisóstomo se haya enamorado de ella? ¿Por qué razón es, además, culpable de que el desvarío de Grisostomo le haya llevado a la muerte? ¿Por qué razón deponer y sacrificar sus sentimientos más sinceros para contentar a alguien a quien no ama ni está obligada a amar? ¿Debe corresponder a Grisóstomo solo porque este la quiera, por muy intenso que sea su amor?
La respuesta de Marcela está en sus palabras:
“Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos, con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos”.
Qué palabras tan hermosas, valientes y determinadas son estas últimas.
Marcela es consciente de no haber suscitado las esperanzas de hombre alguno, y por eso sostiene, con toda razón, que a Grisóstomo “antes le mató su porfía que mi crueldad”. Su decisión está clara y quiere que los demás la entiendan y la asuman con idéntica claridad: aún no le ha llegado el momento de amar, y “quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos”. Y esta determinación difícilmente puede defenderse con palabras más oportunas: “tengo libre condición y no gusto de sujetarme”.
Cervantes y su principal personaje, dos precursores
Aquí, claro, es donde entra la profesión de caballero andante de don Quijote, valedor de la libertad de Marcela ante quienes se empeñan en seguirla, rendidos de amor, a pesar de una argumentación tan bien sostenida como la que ha esgrimido. Marcela es una mujer sola y enfrentada a muchos hombres en un entramado de ficción al que en todo caso subyace una estructura social dominada precisamente por ellos.
Por eso don Quijote recuerda, amparado por la autoridad que le confiere su condición, que Marcela es inocente, que su intención es acreditadamente honesta y que por eso debe ser “honrada y estimada de todos los buenos del mundo”. Pese a todo, en el epitafio que Ambrosio prevé grabar en la losa que cubre la sepultura de Grisóstomo, se alude (pero no se nombra) a Marcela como “una esquiva hermosa ingrata”.
Es justo destacar una vez más la tolerancia y la sensatez de Cervantes, madrugador (en pleno siglo XVII, nada menos), a través de la pastora Marcela, en la defensa de la libertad de la mujer no solo a la hora de gobernar sus afectos, sino también, y este no es un detalle menor, a la hora de expresarlo en un discurso sólido, valiente y bien argumentado.
Frente a la silenciosa y silenciada Dulcinea, totalmente ajena a su condición de inspiradora de la misión de don Quijote, Marcela habla y dice (y es bien sabido que hablar y decir no son necesariamente lo mismo). Con su voz y su palabra se adelanta a la imprescindible reivindicación de la autonomía, la importancia, el protagonismo, los valores y la responsabilidad de la mujer en la construcción de una sociedad más justa, más libre y más igualitaria.
De Dulcinea, sus silencios, su naturaleza literaria, su invención y sus reinvenciones hablaremos en otro momento.
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