El valle de Sibundoy, en el sur de Colombia, es la tierra de las culturas indígenas. En este paraje mágico, rico en fauna y flora nació hace 28 años Deisy Liliana Tisoy Jacanamejoy, una mujer indígena perteneciente a la etnia Kamentsa (Kamsá). Hace más de una década que Deisy se fue de ese valle y, posiblemente, nunca volverá. Fue especialmente doloroso para Deisy exiliarse en 2011 cuando tenía 17 años. Más allá del desarraigo que el exilio puede producir en cualquier persona, las comunidades indígenas sienten una fuerte conexión con las tierras que los ven nacer y rara vez las dejan. “Nos amenazaron. Mi papá era el presidente de la junta de acción comunal de las veredas”, recuerda sin dar mucho detalle.
Es habitual que en una zona como Sibundoy, que adolece de infraestructura y seguridad, surjan entre sus habitantes personas que velan por la organización y el bienestar de la comunidad. Estos líderes sociales reciben con frecuencia amenazas por parte de grupos ilegales que buscan controlar el territorio.
El asesinato de líderes sociales es uno de los mayores problemas de seguridad en Colombia. Según un reciente informe de la Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en 2021, 78 líderes sociales fueron asesinados en Colombia y otros 130 homicidios están en proceso de verificación o sus casos, aunque vinculados con su labor social, no son concluyentes.
El desplazamiento
Deisy y su familia sabían que esas amenazas eran reales. Fue la primera en abandonar el valle de Sibundoy a los 17 años hasta llegar al resguardo Kamentsa más cercano. Así fue cómo llegó a Mocoa, la capital del departamento del Putumayo. Aquí, Deisy viste con pantalones tipo ‘jean’ y una camiseta fresca para sobrellevar el clima ecuatorial. Maneja una moto tipo scooter sin casco (casi ningún motociclista en Mocoa lo hace) y mostrando su larga y oscura cabellera. Deisy conoce de memoria los huecos en la vía sin pavimentar que la lleva al resguardo indígena, ubicado a tan solo quince minutos del casco urbano y donde viven 400 familias Kamentsa.
Como si por fin fuera libre para descubrir su auténtica identidad, al llegar al cabildo indígena, se cambia de ropa y luce con orgullo su vestimenta tradicional: una manta de color negro, una faja elaborada en guanga y lana, donde se plasma la simbología de la comunidad Kamentsa y no pueden faltar los accesorios: balacas, collares, pulseras y aretes hechos por ella misma a base de chaquiras[1].
Esa es la motivación para mí, poder formarme sin olvidar mis tradiciones, más bien fortaleciéndolas con la tecnología.
“Llegar acá fue duro: trabajé en un restaurante, en un mercado, en una cacharrería, también en un almacén de electrodomésticos…”, cuenta dudando si se olvida de nombrar algún que otro trabajo. Ser mujer, indígena, menor de edad y con una educación muy básica no hacían su perfil atractivo para ningún empleo estable.
A todo eso se sumaba que Deisy era desplazada por la violencia. Según algunos trabajadores sociales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en Colombia existe un fuerte estigma contra los desplazados. Erróneamente se les considera personas ‘problemáticas’ por estar habituadas a la violencia, tener poca educación y sufrir muchas necesidades básicas.
Deisy vivió directa e indirectamente esa discriminación y buscó sin éxito un trabajo estable, tarea nada fácil en Colombia donde, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), la tasa de desempleo roza el 11% y cerca del 50% de quienes trabajan lo hacen en la informalidad[2]. Cuando no salía ningún trabajo, se dedicaba a hacer artesanías indígenas: “Collares, aretes, pulseras, balacas… su venta ha sido parte de mi sustento”, explica. Pero vivir del «día a día» o del «rebusque» no garantizaba la estabilidad que Deisy necesitaba. Ni ella ni el bebé que estaba en camino.
Cuando su hijo Juan Camilo cumplió su primer año de vida, Deisy se propuso estudiar: “Busqué, primeramente, en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) hacer una tecnología de gestión administrativa. Fue un proceso duro, pero lo logré culminar”, cuenta Deisy. Sin embargo, encontrar trabajo seguía siendo difícil y en el 2017 se produjo una tragedia en Mocoa que marcaría la historia del país.
La tragedia de Mocoa
En la madrugada del 31 de marzo al 1 de abril, una lluvia incesante e intensa desbordó varios ríos aledaños a la cabecera municipal. Una avalancha se llevó por delante centenares de casas y 334 personas murieron. Desde esa noche, Mocoa quedó marcada por la tragedia y su economía se vio fuertemente golpeada. En medio del desastre, el resguardo de la comunidad Kamtsá también desapareció. “Afortunadamente, no había nadie en el resguardo esa madrugada, pero nos tuvimos que trasladar a un predio más arriba sobre la ladera. Un lugar que, se supone, es temporal porque el espacio es insuficiente”, cuenta Deisy.
El Gobierno de Colombia y las Naciones Unidas priorizaron el apoyo a los habitantes de Mocoa a raíz de la avalancha. Ese 2017, la Organización Internacional del Trabajo estableció en la capital del Putumayo el programa nacional ‘Formándonos para el Futuro’ pensado para personas que, como Deisy, necesitaban un impulso educativo para salir adelante.
“Formándonos para el Futuro llegó en el momento en el que lo necesitábamos, fue como una bendición de Dios. Nos ayudaban con la canasta familiar, ellos se preocupaban de que tuviéramos mercado y pudiéramos estudiar sin tener que pensar que necesitábamos un trabajo y tuvimos la oportunidad de que nos capacitaran para mejorar nuestra hoja de vida[3]”, cuenta agradecida. Su padre accedió a este programa en 2017. Su hermana y ella se matricularon en 2020, durante la pandemia de COVID-19.
Una lideresa como su padre
El programa permitió a Deisy graduarse como técnico de sistemas, donde aprendió a utilizar Word, Excel, diseñar páginas web y manejar redes sociales. Pero el mayor aprendizaje, gracias al apoyo psicosocial de este programa, fue descubrir que Deisy era, al igual que su padre, una líder natural: recibió una mención especial por su compromiso y capacidad de liderazgo.
La joven desarrolló una vocación de servicio por su comunidad y conoció la magia del aprendizaje: dos herramientas indispensables que la motivaron a promover algo que la violencia había intentado usurparle: su cultura Kamentsa.
Deisy sacó adelante un curso de educación infantil que, compaginado con el de técnico de sistemas de Formándonos para el Futuro, le abrió las puertas para trabajar en su comunidad indígena a través del Instituto Colombiano de Bienestar Familia (ICBF).
“Tener el técnico en sistemas fue clave para que yo pudiera acceder a este trabajo porque fue lo primero que ellos vieron a lo que revisaron mi hoja de vida”, explica Deisy quien ejerce como auxiliar en pedagogía desde hace un año.
Deisy es un claro ejemplo de que la cultura se desplaza, pero no se despoja y su objetivo es promover en los niños del resguardo Kamentsa Biya de Mocoa sus tradiciones y su lengua. “Mi idea es terminar mi licenciatura de la mano de sistemas y continuar aportando a la comunidad”, cuenta orgullosa.
Difundiendo su cultura
En cuanto a la elaboración de collares, pulseras y balacas, Deisy explica que el programa Formándonos para el Futuro le sembró la idea del emprendimiento. “Fusioné mis conocimientos en las nuevas tecnologías con las artesanías”. En sus tiempos libres se dedica a su elaboración y venta a través de sus redes sociales. Más que un negocio, ella lo ve como una forma de dar a conocer a todo el mundo su cultura.
“Esa es la motivación para mí, poder formarme sin olvidar mis tradiciones, más bien fortaleciéndolas con la tecnología”, agrega. Deisy trabaja en Mocoa, pero su mente y su corazón siguen en el valle de Sibundoy, un lugar del que fue desplazada hace diez años, pero del que nunca se ha ido.