La Revista titulada Selecciones estuvo por muchos años en mi casa, se apilaban muchísimas de estas revistas, unas más viejas que otras en los anaqueles del pasillo. Veía con cierta desgana las revistas, en el mismo lugar, siempre, cerca de una litografía enmarcada del Ángelus de Millet; para ese momento yo no sabía lo que aquella pintura representaba, tampoco las revistas, a los doce años todavía no tenía interés en leer más allá de las tareas agobiantes de la escuela.
Por un llamado materno, ya entrada en años, empecé a leer estas revistas, lo hacía cada muerte de obispo, hasta que un día decidí tomar de la estantería, una edición mundial de la Revista Selecciones del Readers Digest, una edición con artículos de interés permanente según anunciaba su portada.
Me llamó la atención un artículo escrito por una corresponsal del Times en Londres titulado: Charles Chaplin, The Atlantic Monthly en el que se narraba con cierta incertidumbre el posible fracaso de El gran dictador (The Great Dictator) película estadounidense de 1940 con guion, dirección y actuación de Charles Chaplin.
Así lo escribiría la corresponsal en el artículo: «Nadie puede imaginarse los días y las noches de agitación y ardua labor que ha consumido Chaplin en dar realidad teatral al personaje dictador en su nueva película. Si el público, cuyo veredicto es siempre inapelable, premia con sus aplausos esa tarea, la carrera del gran mimo seguirá su curso glorioso. Pero si, por desgracia, a través de la nueva personificación ve con demasiada claridad y crudeza los rasgos harto conocidos, ya casi legendarios, del tipo con el cual se ha familiarizado durante veinte años, entonces le parecerá el ridículo vagabundo de antaño una impertinente mixtificación y quedará sellado el fracaso del nuevo personaje chapliniano. Tres años ha trabajado Chaplin en esbozar ese ingenioso paralelismo en el que descansa el asunto de su nueva película. El Gran Dictador ofrece otros riesgos, además de los puramente artísticos. Es, desde el punto de vista económico, una aventura no exenta de peligros, pues la índole del asunto excluye su presentación en países dominados por gobiernos francamente totalitarios o meros simpatizantes del régimen dictatorial».
Lo cierto es que la película no solo establecía una condenatoria contundente contra fuerzas ideológicas como el nazismo, el fascismo y el antisemitismo, sino que hacía un llamado de oposición contra las dictaduras en general. Lo interesante es que el estreno de la película se dio cuando todavía Estados Unidos no había entrado en guerra con la Alemania nazi.
Antes de El Gran Dictador, Chaplin había encarnado siempre el mismo personaje, según críticos y la opinión general, desde el punto de vista psicológico, aquella personificación fue una obra maestra. Inició y continuó utilizando el talante caballeresco en sus actuaciones con el argumento que sostenía la defensa de las mujeres, los menesterosos y los perseguidos. Hasta el momento la fórmula le había garantizado un lugar dentro de la cinematografía y el público lo aclamaba.
Sin embargo no solo decidió romper con su tradicional cine mudo, al crear su primera película sonora, además estaba desafiando no solo las recetas prexistentes, sino que también la critica a rajatabla contra el Tercer Reich que convertiría al El Gran Dictador en la sátira de las sátiras. El rodaje comenzó a finales de septiembre en 1939, justo cuando los alemanes invadieron Polonia y se dio comienzo la II Guerra Mundial. (1939-1945)
En el filme Chaplin desempeñó ambos papeles: el de un despiadado dictador nazi y el de un barbero judío perseguido. Millones de espectadores acudieron a las salas de cine aunque Chaplin temiese que la audiencia en tiempo de guerra no quisiera comedia sobre un dictador. Fue la segunda película de mas éxito en Estados Unidos en 1941.
Otro dato curioso es que en países Latinoamericanos donde existían movimientos activos de simpatizantes nazis prohibió El Gran Dictador. Mientras se hacía la película, el gobierno británico había anunciado que prohibiría su proyección en el Reino Unido, conforme la política de apaciguamiento con respecto a la Alemania Nazi.
Para cuando fue estrenada, el Reino Unido ya estaba en guerra con Alemania. En Francia en 1945 se convirtió en la película más popular del año, en Italia no pudo verse hasta 1946 y en España hubo que esperar a la muerte del dictador Franco para su estreno.
Cabe mencionar que, el punto de quiebre en el quehacer creativo tenía un inimaginable avance, el bastón de su personaje, vago símbolo de elegancia tenía un razón de ser, el desafío había sido claramente estudiado por el hombre de cabeza fría, un gran estratega que, desde sus primeras oportunidades supo marcar las pautas de lo que aceptaría y de lo que no estaría dispuesto a negociar.
Recordemos que los primeros veinte años de Charles Chaplin transcurrieron en la mayor de las pobrezas, de orfanato en orfanato, con su madre enferma mentalmente, recluida en un centro para enfermos mentales. Habrá quienes piensen que todo estaba escrito, que no habría de ser casualidad que los temas recurrentes de Chaplin estuvieran surcados por el cine mudo, por las acciones precisas, las ejecuciones inmediatas, las cadenas de movimientos y de gestos capaces de llevarnos a lo más humana e inhumano de la comedia, es decir de la vida.
Al conocer tan de cerca la tragedia se planteó con obstinación a través de sus ojos sagaces y determinantes uno de los retos mas descomunales y difíciles, y sin saberlo nacería una mañana de abril de 1889, hijo de una gitana semi-francesa, mujer de un barítono de café cantante, trayendo al mundo en una casa de huéspedes frecuentada por gente de teatro a Charles Spencer Chaplin. Cuatro noches después en un lugar situado a 965 kilómetros de distancia hacia el sudeste una campesina austriaca daría a luz a Adolfo Hitler.
Una anécdota importante y también recogida del Readers Digest: «A los catorce años entró de aprendiz a una imprenta. Todavía recuerda Chaplin el momento de su llegada al taller y el efecto que hizo su figurilla ataviada con una chaqueta vieja, unos pantalones lustrosos en fuerza de tanto usarlos y una flotante chalina negra. Resuenan aún en sus oídos los gritos burlones con que aquellos redomados londinenses, después de parar las prensas en señal d estupor y homenaje, le acogieron: ¡Buenos días, señor Marqués! Qué aspecto de nobleza y distinción. En aquel trance difícil y embarazoso, Chaplin ensayó por primera vez uno de los recursos escénicos que había de inmortalizarlo después. Demasiado altivo para dejar traslucir su vergüenza y humillación, mantuvo la hilaridad de los operarios simulando en animada pantomima los aires y movimientos del personaje que el imaginaba ser».
Y con gran nostalgia una de las frases que quedarían para la posteridad dentro de su película:
«El odio de los hombres pasará».
https://anchor.fm/larevistacr/episodes/Liza-Jimnez-Chaplin-El-odio-de-los-hombres-pasar-e1bu5h0