Mauricio Valerio, Comunicador
La vida del cine como instrumento para contar historias comenzó cuando en 1902, el ilusionista y cineasta francés; Georges Méliès, emprendió su “Viaje a la Luna“ (Le Voyage dans la Lune): se trataba de la primera película de la historia y la pionera del género de ciencia ficción.
Nunca antes un libro — y qué mejor que una novela de Julio Verne para experimentar— se había adaptado a lo visual. Literalmente se trató de un viaje a lo desconocido, y que, sin saberlo, tenía como misión inspirar a miles de miles de filmes… incluso a los del extraño universo de Adam Sandler.
La imagen de la nave cuando se incrusta en el ojo de la Luna, es una de las escenas más representativas del cine de todos los tiempos.
El rescate de la expedición, luego de la caída de ese cohete al mar, podía resultar absurda, pero para la época se trataba de un final brillante.
No se quejen de los spoilers, ya pasaron más de 100 años, es gratis, dura poco menos de 13 minutos y se puede ver en Youtube o aquí.
Desde entonces decenas de cineastas, escritores, directores y actores ambicionan llegar al espacio, aunque sea a través de la pantalla grande.
Tanto en la vida real, como en el cine, la necesidad humana de explorar es la que nos ha hecho viajar al Espacio en búsqueda de muchas respuestas. Y un viaje de este tipo supone regresar sano y salvo a la Tierra… excepto que la travesía sea para mudarse y establecerse en una ciudad construída en alguna otra estrella de la Galaxia, porque nuestro planeta se convirtió en un lugar inhabitable por al menos tres razones:
- porque un meteorito la destruyó,
- porque una invasión alienígena acabó con ella y hubo una evacuación masiva, o
- — la que me gusta pensar que es la opción más cercana a la realidad— porque los humanos la destruimos.
Son fórmulas probadas previamente: la tensión que nos genera el peligro inminente que vivirán sus protagonistas, las teorías descabelladas que nos parecen súper sensatas por la facilidad y elocuencia con las que son explicadas,utilizar planos hermosos, los innovadores movimientos de cámara, el juego de la gravedad que a todos nos resulta atractivo, la increíble tecnología futurista de sus herramientas, naves espaciales envidiadas por cualquier agencia espacial, los extraños y bellos paisajes que nos inventan y; por supuesto, la utilización del sonido.
Y los errores casi siempre son los mismos: la falta de diálogos sorprendentes, confundir la ciencia ficción con la fantasía, la exageración desmedida e innecesaria, la obsesiva idea de contarnos historias alternas superfluas para llenar espacio y, por último, la que más me hace perder interés: saturar el film con el romanticismo empalagoso de Hollywood… lo lamento, Chris Pratt, eso no se hace.



Passengers es un resumen y un ejemplo de muchos de esos errores. Se perfilaba como una gran película, sin embargo se trató de una una producción multimillonaria que sirvió para llevar al espacio exterior un conflicto humano: la soledad.
Algo como Tom Hanks y un coco en Náufrago, pero con Chris Pratt como Chuck, Michael Sheen (Arthur; el robot bartender) como Wilson, al espacio como el océano y el transbordador Ávalon como el avión de FedEx . Y claro, lo que no puede faltar: meteoritos que dañarían la nave y pondrían en riesgo de muerte a todos los tripulantes. Un film tedioso, forzado y cursi a más no poder, pero lleno de efectos especiales que nos mantienen entretenidos.
¿Mencioné a Jennifer Lawrence?, ¿Mencioné porqué tomé la decisión de no ver trailers?
Una característica que nos encanta de estos filmes, — además de obligarnos a pensar cómo sería vivir y sobrevivir fuera de nuestro planeta — es que están ambientadas en el espacio exterior y, en ocasiones, ese mismo espacio intenta tomar un lugar en la Tierra… o acabar con ella.


Este género del cine es uno que nos enfrenta a lo desconocido, que es lo que debe buscar conseguir una buena cinta de ciencia ficción.
Son películas que usan a la ciencia como base, y eso; de una u otra manera, siempre nos llama la atención, sobre todo cuando su resultado es una obra de arte.
A pesar de no haber sido la primera película en su especie, con 2001: A Space Odyssey Stanley Kubrick nos traía una idea diferente, un tesoro que en 1991 pasó a ser patrimonio de toda la humanidad según el National Film Preservation.
Un film filosófico y transversal de inicio a fin, que se adentra en temas como la evolución humana, la tecnología, la inteligencia artificial y la vida extraterrestre. Es una producción cinematográfica que; incluso, 50 años después, no ha sido superada en calidad, formato y argumento. Fue un punto de inflexión de la humanidad… al menos de esa que usa al cine como referencia.



El director quería alejarse de la tendencia de robots, aliens y personas con trajes espaciales que se habían adueñado del género hasta 1968. Por esta razón decidió elaborar un cuestionario de 100 preguntas sobre costumbres de los astronautas, equipos en gravedad cero y cuestiones sobre el diseño y la estructura de las estructuras aeroespaciales.
La ayuda de la NASA era más que obligatoria para cumplir su objetivo.

La obsesión con alcanzar la perfección llevó a Kubrick a entrevistarse con distinguidos teólogos, astrónomos, expertos en vida extraterrestre y viajes espaciales, médicos, biólogos y químicos. ¿Teólogos? Sí, hay que verla.
Kubrick nos quería decir que el ser humano había llegado a la cúspide de su evolución, y transmitir un mensaje tan complejo requería — incluso para él — asesorarse de los mejores, entre ellos Carl Sagan, quien lo convenció de no usar actores para retratar alienígenas humanoides.
“Alegué que era tan grande el número de improbables acontecimientos individuales en la historia de la evolución del hombre, que tampoco era probable que existiesen en el Universo seres parecidos a nosotros. Sugerí entonces que cualquier representación explícita de un ser extraterrestre avanzado, sin duda alguna mostraría, al menos, un elemento de falsedad y que la mejor solución sería sugerir a los seres extraterrestres en lugar de retratarlos sui generis.” (Carl Sagan, La Conexión Cósmica, 1973)
La película no muestra aliens o seres de otros mundos, y eso es un paso grande para el cine, pero uno pequeño para quienes aún no lo notan.
Kubrick buscaba que su película fuera lo más real posible, y eso lo llevó a reunirse con Frederick Ordway III y Harry Lange (el primero un militar que trabajó para la NASA y Lange era un especialista en el diseño de cohetes) para saber si realmente podían ayudarle en la construcción del universo de su nueva película.





Pocas semanas después ambos recibieron una oferta para trasladarse a Inglaterra a trabajar en Una odisea del espacio. Hoy los bocetos, planos y diseños de Lange — el hombre que dibujó el futuro — son públicos gracias a un lujoso volumen de 340 páginas.
El resultado ya lo sabemos: una película de culto de la ciencia ficción y que marcó un hito por su estilo de comunicación visual, sus revolucionarios efectos especiales, su realismo científico y sus proyecciones vanguardistas.
Si nuestro Universo es infinito, porqué no lo sería el del cine al verse sometido e inspirado por dec https://www.youtube.com/watch?v=BJ6IPQ2lTeQenas de temas que dan pie a inacabables subgéneros de la ciencia ficción y el drama.




La comunicación y el lenguaje son ejemplos de cómo el cine puede abordar temas tan terrenales y llevarlos a la complejidad del espacio para debatirlos.
El color naranja de la ropa de Judie Foster y del traje de Amy Adams no es la única coincidencia que existe entre Contact y Arrival.
Denis Villeneuve anhelaba una película que se colocara a la par de otros otras imponentes y sobresalientes producciones, y lo logró gracias a sus claros puntos de referencia:
- Los extraterrestres llegaron en naves y se ubicaron por todo el mundo, como pasa en Independence Day.
- Incluso vemos al gobierno de los Estados Unidos instalado en lugares remotos para comunicarse con estos aerodeslizadores alienígenas, lo mismo ocurre en Close Encounters of the Third Kind.
- Al igual que en Gravity, vemos a una madre en duelo por la muerte de su hija. En el caso de Arrival se trata de una historia paralela más que necesaria para entender la premisa de la película: la teoría del tiempo no lineal.
- Algo similar pasa con la realidad alterna de Interstellar y su interpretación espacial de la relación entre padre e hija.
- Y claro, Contact, donde vemos el interés de las autoridades — siempre a la defensiva — en una científica para que pueden entender cómo se comunican los alienígenas y cuál es el mensaje que intentan enviar.
El concepto detrás de Arrival es el mismo de Contact: una mujer brillante interesada en la comunicación, a quien eligen para dirigir una respuesta global a seres extraterrestres luego de que éstos establezcan contacto con los humanos.
La llegada de los heptápodos en Arrival, quienes son más evidentes que los seres que intentan comunicarse con Foster en Contact, nos indican que el intento de enviarnos un mensaje no es un hecho aleatorio.
Las técnicas utilizadas para descodificar los mensajes son diferentes: mientras en Contact se utilizan cálculos matemáticos para descifrar emisiones de radio provenientes del Espacio, en Arrival estos seres deciden llegar a la Tierra para después intercambiar sus “vocablos” con los nuestros.
Sin embargo, en ambos casos, el interés es el mismo: están interesados en hacernos saber que existen herramientas que el ser humano debería aprovechar para entendernos como una especie en el Universo.
Basada en la novela homónima de Carl Sagan, Robert Zemeckis creó una adaptación cinematográfica que, a pesar de excluir detalles de peso, nos puso en perspectiva la imparcialidad de las posturas de la mente humana.
Contact, es un referente que envejece con fuerza. Después de 30 años su argumento sigue vigente: confrontar lo humano con lo divino, lo finito con lo infinito y la ciencia con la religión.
Arrival, por su parte, nos dice en el 2017 que importa más el trayecto que el destino y que, además; el lenguaje, es una de las herramientas más valiosas del ser humano.
Viajes intergalácticos, comedias espaciales, migración terrícola interplanetaria, contacto con seres de otros mundos, formas de comunicación y aprendizaje de dialectos alienígenas, descubrimiento de otras formas de vida, recreaciones de historias reales, superhéroes que vienen de otros mundos o adaptaciones de cómics, misiones espaciales riesgosas ficticias o basadas en hechos de la vida real, guerras entre galaxias, suspenso psicológico alimentado de realidades alternas o cuartas dimensiones, inteligencia artificial, supervivencia en otros planetas o en naves espaciales y el deseo de entender el origen de la vida y el universo.
¿Vida en Marte?
La historia de uno de los organismos vivos más inteligentes del universo y los seis humanos más tontos que alguna vez llegaron al espacio, se reúnen en LIFE, una propuesta de terror espacial que nos trajo el director sueco Daniel Espinosa en el 2017.
Puro entretenimiento sin pretensiones, digno de hace 30 años y no de una década que nos está saturando de producciones con mucho fondo. Aunque se destaca la fotografía y un cast respetable, su guión y argumento es tan explotado que no permite que las actuaciones se luzcan.
LIFE nos hace recordar vagamente el clásico de Ridley Scott, Alien: el octavo pasajero.



Sin dejar de lado la vida, la supervivencia y al planeta Marte, Matt Damon nos da una clase de botánica y agricultura espacial en The Martian. Otra obra del ya mencionado Scott, en esta ocasión le hace un guiño de ojo a la ciencia y a la vida.
A pesar de que no deja de ser ciencia ficción, su acercamiento con la realidad es bastante preciso. Otra vez la soledad es llevada al espacio, aunque se hace acompañar de la capacidad de adaptación y la confrontación con la muerte. Y aunque esto suene un poco deprimente, no deja de ser una versión optimista de lo que muchos han imaginado a través del cine: lo que puede resultar estar en peligro… fuera del planeta Tierra.