Maria Fernanda Bustamante, Politóloga
Según datos del Instituto Nacional de las Mujeres (INAMU) en 2017 las mujeres en Costa Rica dedicaron 35 horas a trabajos remunerados y los hombres casi 49 horas por semana. Durante el mismo período, los hombres invirtieron casi 14 horas en trabajo doméstico pero las mujeres invirtieron 36 horas en las mismas tareas. En otras palabras, las mujeres se encuentran en una doble jornada laboral: la remunerada y la doméstica.
Esta problemática se agudiza a casi dos años del primer contagio de Covid-19 en el país. Aunque las medidas más restrictivas fomentan el quedarse en casa ¿Quiénes están asumiendo el cuidado una vez que se está en casa? ¿Quiénes están buscando alternativas para mitigar las necesidades conocidas y las adquiridas en el contexto de la pandemia?
Los datos son claros al señalar que son las mujeres que mayoritariamente se encargan de gestionar estas necesidades. Parte de la explicación a este hecho, se encuentra la división sexual del trabajo o dicho de otra forma, a las tareas que deberían ejecutar las mujeres y los hombres dentro de la sociedad.
Tradicionalmente, las mujeres adquirieron el rol de cuidadoras y sus pares el de tomadores de decisión. Pero el contexto actual demuestra que la reivindicación de los derechos de las mujeres, la politización de las luchas feministas y en general, las discusiones en torno a la distribución de oportunidades o limitaciones entre sexos, han inspirado a modificar las relaciones de poder con el objetivo de una sociedad equitativa entre pares.
Por esto, es imperante reconocer que el trabajo doméstico no remunerado que incluye también al trabajo de cuidar tiene un valor fundamental para el desarrollo de la sociedad. Sin embargo, el Estado ha asumido que las mujeres costarricenses “naturalmente” se responsabilizan del cuidado para que otros integrantes de la familia puedan desarrollar su papel fuera del hogar.
Ahora en contexto pandémico y sobre todo en contexto electoral en Costa Rica, es oportuno reflexionar si los partidos políticos o las personas que aspiran a un puesto de representación democrática, proponen acciones específicas para reducir la brecha entre mujeres y hombres. Específicamente, sobre las condiciones necesarias para que el cuidado sea redistribuido dentro de las familias y como sociedad.
Lejos de las promesas de campaña que buscan el voto femenino como moneda de cambio, la sensibilización del valor del trabajo no remunerado de cuidar se debe agendar como parte de la recuperación económica y social. El trabajo de cuidado es determinante, significativo y esencial para el bienestar colectivo y por tanto debe ser una responsabilidad de todas y todos.