Alonso Cunha, Estudiante de Relaciones Internacionales
La vida no es otra cosa que un pobre intento de imitar al arte; escatimar en detalles o gestos sería ideal, ya que la vida es una sucesión de hechos, así como el cine -si este es mermado a un nimio ámbito audiovisual- una sucesión de tomas y montajes. Francia es una nación en la cual se exhiben los primeros atisbos de libertad, por lo que su cine, asimismo, se ciñe a esta emancipación, a esta búsqueda incesante de libertad. Los símbolos modernos de la Bastilla, del difunto Marat en su bañera o Robespierre ejecutando su visión de “justicia” contrastan con los símbolos postmodernos de Foucault y Sartre proclamando discursos en el mayo parisino de 1968, o los recientes gilets jaunes. El cine no es un medio de entretenimiento, son los añicos de alguien (como toda muestra artística) barridos por escenas.
Sin embargo, la libertad más grande que ha visto Francia es la libertad intelectual, la avidez de erigir a base de tópicos inexplorados. Los poetas Prudhomme y Valéry, descendientes de lo que fueron Baudelaire y Rimbaud un siglo antes que ellos, Camus y el absurdo irónico e inigualable, Gauguin y el impresionismo. Por si fuera poco, la inmigración de artistas al Paris del siglo XX fue a causa de esto mismo, de esta emancipación intelectual que no existía en ningún otro sitio. El jazz moderno de Miles Davis y Charlie Parker se desarrolla en París, el boom latinoamericano da sus primeros pasos en París, el cine exquisito de un exiliado Orson Welles se reafirma en los cineclubs parisinos, el rumor de la filosofía contemporánea corre a través de la Sorbonne, cruza a un lado de la Rue du Cherche-Midi y se empoza en el Barrio Latino y, a veces, en el Champ de Mars durante primavera.
Sin embargo, es la cinematografía postmoderna la que caracteriza a Francia. Conocida como la Nouvelle vague -nueva ola-, un término acuñado por críticos de la revista Cahiers du Cinéma. Sobresalen cineastas como Godard y Truffaut -mismos columnistas de Cahiers du Cinéma-, quienes incursionaron en el cine de arte y promovieron, justo en el público, un depósito completo de confianza en la visión artística del director, enfatizando en el peso que tienen los raccords y la psicología dentro de esta corriente. Cabe destacar el rol que tomó la Nouvelle vague (acompañado de las tesis de Simone de Beauvoir) para la libertad artística de la mujer en la cinematografía -apartándose de las corrientes estadounidenses del cine-, donde sobresalen Agnés Varda y Anna Karina, quienes realzan el papel femenino en las filmografías no solo francesas, sino europeas y que dieron voz a toda mujer en un campo donde los hombres creían aventajar. Quizá este sea el principal aporte de la Nouvelle vague fuera de las fronteras artísticas. El lenguaje cinematográfico es insidioso e insospechado, pero cala en el alma.
Esta corriente ahonda en la importancia cultural y en el linaje de la estética cinematográfica provenientes de la Cinemateca Francesa, darle voz a Cahiers du Cinéma y fundar un estilo a partir de la revista, una avidez inefable hacia la deconstrucción del cine con el fin de reinterpretarlo, la defensa -a ultranza- de la visión artística del realizador y el aprecio a directores como Hitchcock o Ford, reflejar el redescubrimiento personal que significaba apreciar una de estas cintas. Pretendía construir lo que el cine fue siempre: puro y auténtico. La Nouvelle vague, quizá sin proponérselo, es un espejo de una Francia reacia a las imposiciones, libre y con ansias de redescubrir la naturaleza humana para enaltecerla. Observamos vástagos, hijos de esta corriente francesa tan única como Spike Lee, Gaspar Noé e incluso Tarantino, todos cines que siguen, al pie de la letra, una visión personal. Este cine, como lo ocurrido en 1789, resuena en virtud del ser humano y en pos de una libertad aleteada. No debe sorprenderles, ahora, el porqué de la gran inversión que realiza el gobierno francés en su cine.
Finalmente, el cine no ha de ser bello, divertido y mucho menos entretenido; ha de decirnos, mudo, insidioso, indiferente, algo que, sin siquiera saberlo, necesitábamos escuchar con urgencia.