En un escenario tan impredecible, los políticos no pueden jugársela con campañas extensas, enredadas y monotemáticas. Deberían apostar a una secuencia de microcampañas, cada una con un plazo, alcance y objetivos determinados, según los temas relevantes del momento. Lo peor que pueden hacer es alimentar esa sobresaturación informativa con un bombardeo masivo de mensajes insulsos y alejados de la realidad (disonancia entre contenido y contexto). El mensaje debe ser sencillo y práctico.