Walter Gutiérrez Picado, Estudiante de Ciencias Políticas, UCR.
Pareciera que en Costa Rica convergen una serie universos que albergan distintas realidades según la narrativa que se consulte. Mientras algunos vemos como Costa Rica avanza a paso acelerado hacia un barranco, otros grupos, en otras dimensiones, pareciera que conviven con realidades muy distintas. Esto, para nuestra desdicha, no es cuestión de ciencia ficción ni de física, no son realidades alternas que suceden en otro sitio del espacio-tiempo. Lo que presenciamos, es un egoísmo parasitario que converge con una total falta de sentido de realidad y decencia. Sin embargo, la teoría de “multiversos ticos” es muy tentadora y no desaprovecharé la oportunidad de exponerla.
Universo de la piñata que no se rompe
En el universo de la piñata que no se rompe, el Estado no está en crisis, los recursos son abundantes. Tan abundantes son que, día sí y otro también, el Estado reparte a pequeños grupos de poder recursos que salen o terminan saliendo de los bolsillos de los ciudadanos. Para el Estado, su gobierno y los grupos de poder, el panorama político es feliz. Mientras unos ponen la mano para recibir más, otros defienden con uñas y dientes privilegios que les han sido otorgados en nombre del Estado social de derecho, los trabajadores, el labriego sencillo y la solidaridad. Una solidaridad muy curiosa, pues no es voluntaria sino impuesta por dos grandes y pesados entes: el Estado, con su capacidad coercitiva y la moralidad colectivista que sabe mucho sobre cómo gastar el dinero de los demás, pero poco sobre generarlo.
Universo del gas de la risa
Mientras esto pasa, los diputados de este país se ubican en el universo del vacilón. Unos se intercambian tamalitos y hacen burlas racistas sin la menor de las penas. Otros toman el salón del Plenario Legislativo para protestar contra proyectos de ley, en lugar de debatirlos. El sentido de urgencia pareciera no existir en este universo, aunque, curiosamente, se hace politiquería con el destino trágico que el país proyecta tener. Pareciera que los costarricenses, en lugar de legisladores, elegimos “alarmadores”, pues de contundentes reclamos al gobierno los diputados no pasan. Resulta increíble pensar que 47 congresistas opositores estén tan preocupados por el país y por la inacción del ejecutivo, pero, al mismo tiempo, le hayan permitido pasar impuestos y créditos, aunque solo cuente con 10 diputados oficialistas. 47 congresistas incapaces de cambiar el rumbo.
Universo de la calma en llamas
En otra dimensión, está el gobierno de la república, inmerso en una realidad caótica pero que, a sus ojos, se desarrolla a una velocidad en la que el movimiento es casi imperceptible. Su pasividad solo se ve interrumpida por una que otra comunicación desastrosa e intentos de apagar las llamas que le resultan más cercanas, como las quejas de los grupos de poder que llegan a su puerta para pedirle intervención en favor de sus agremiados. Para el gobierno, la cosa va bien, mejora, sin prisa, pero sin pausa, aunque eso de la pausa parece ignorarse. Una calma desesperante, frustrante. Un gobierno cuya propuesta de hacer algo radica en echarle gasolina al incendio o mantenerse calientito ante las llamas.
Universo de la Costa Rica “de a pie”
Y, junto a lo dantesco de las otras dimensiones, el universo donde estamos todos los que no tenemos ni poder político para hacer cambios, ni poder económico para incentivarlos. Los que pagan la comedia del congreso, los que padecen la calma del ejecutivo y los que subsidian a los grupos de presión. En este universo, el ambiente es pesado, violento por momentos. Somos los testigos de una borrachera de recursos que no se detiene. Recursos que no llegan a quienes lo necesitan, sino a una horda de tagarotes con poder, con amistades que mueven hilos y obtienen favores. Aquí se ubica el grueso de las personas y, paradójicamente, quienes más violentados están.
Este panorama es desalentador, frustrante y desgarrador, pareciera que no existe esperanza, salvo porque el poder para cambiar las cosas está en nuestras manos, en nuestro poder de elección y en la convicción que podamos tener para frenar nuestra carrera al barranco y virar hacia el progreso. Involucrémonos en política o sentémonos a ver un fatal desenlace.